En un sublime acto de innovación criminal, la detonación de un vehículo artefacto este sábado en la pacífica localidad de Coahuayana, Michoacán, ha vuelto a iluminar, con el fulgor de la pólvora y el hierro retorcido, el sofisticado método de comunicación preferido por nuestros emprendedores del terror. Nada como un buen estruendo para recordar a la plebe quién dicta realmente los términos del contrato social en estas latitudes.
La explosión, un acto de filantropía comunitaria ocurrido frente a la mismísima comandancia de la Policía Comunitaria</strong, justo antes del almuerzo, generó una espontánea y vibrante feria de servicios de emergencia. El balance, una modesta ofrenda de 4 almas cedidas y 6 ciudadanos marcados, sirvió para redecorar el paisaje urbano, añadiendo un toque de realismo bélico a viviendas, comercios y hasta las estériles paredes del Hospital Comunitario. Los altos mandos, en un ejercicio de transparencia ejemplar, señalaron con el dedo acusador a los siempre diligentes filiales del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), quienes, se rumorea, buscan una certificación ISO en métodos de disrupción logística.
La coreografía del caos en Coahuayana: Una función repetida
El artefacto, en un gesto de ecuanimidad institucional, también rindió homenaje a las instalaciones del ayuntamiento, demostrando que para el crimen organizado, la separación de poderes es un mero detalle arquitectónico. Las autoridades municipales, enclavadas en la bucólica región Sierra-Costa, respondieron con la coreografía protocolaria: solicitar apoyo a instancias superiores y asegurar el área, un ritual tan predecible como inútil, ante la promesa tácita de nuevos “eventos”.
Como en toda buena saga, este es apenas un nuevo capítulo. Hace casi diez meses, el mismo escenario, los mismos presuntos autores intelectuales, ofrecieron un “avance” o ensayo general, afortunadamente sin víctimas que empañaran la pureza del espectáculo acústico, cuyo eco fue disfrutado gratuitamente por comunidades vecinas en dos entidades federativas.
Crónica de una necropolítica anunciada: El catálogo nacional
Para el turista del horror o el estudioso de la ingeniería del caos, México ofrece un amplio portafolio de experiencias con vehículos explosivos:
Tula, Hidalgo (1 de diciembre)– Un trío de coches bomba sirvió de fanfarria para una operación de “liberación empresarial” en el penal local. Un convoy armado, actuando como servicio de mensajería premium, facilitó la fuga de nueve valiosos “colaboradores”, entre ellos un señor conocido como “El Michoacano”. La respuesta estatal, un gran despliegue de fuerzas, llegó puntualmente para fotografiar los escombros.
Acámbaro, Guanajuato (24 de octubre)– Una explosión frente a la comisaría regaló a tres policías un día libre no solicitado, con lesiones de diversa consideración. La Fiscalía General de la República tomó el caso, añadiendo otro expediente a su vasta biblioteca de lo inconcluso.
Celaya, Guanajuato (29 de junio)– En un giro tragicómico, elementos de la Guardia Nacional inspeccionaban un vehículo reportado con posibles cadáveres en su interior. El automóvil, en un acto de revelación explosiva, demostró que su carga era más dinámica de lo esperado, dejando a cinco agentes con un brusco cambio de planes vitales.
Epílogo de una década de “avances” en seguridad
El recuento, una crónica que se extiende por años y geografía, lee como un manual de lo absurdo: desde Nuevo Laredo en 2012, donde un coche bomba saludó a la Presidencia Municipal, hasta los pioneros artefactos de Culiacán en 2008, que hicieron suspirar a funcionarios estadounidenses por la “profesionalización” y el advenimiento del narcoterrorismo casero. Cada evento, un monumento a la impunidad, una burla tallada en metal y fuego a la noción misma de Estado.
En el colofón de este sainete nacional, el Presidente de la República, en su papel de gran narrador, anunció que ya se tienen “ubicados” a los autores materiales e intelectuales del atentado contra la Guardia Nacional. Una declaración que, en esta gran obra de teatro del horror, suena menos a preludio de justicia y más a la promesa de un próximo y predecible capítulo, donde los actores principales cambian de escenario, pero el guión de sangre y farsa permanece inmutable.


















