El metal sagrado que consolidará nuestra patria, otra vez

En un acto de profunda trascendencia histórica y aguda perspicacia financiera, los augustos miembros de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados, en un raro momento de unanimidad que dejó perplejos a los cielos, han resuelto uno de los dilemas más acuciantes de la República: la urgente necesidad de una nueva pieza de metal redonda.

Con solemnidad casi litúrgica, 29 sabios legisladores aprobaron la iniciativa presidencial para acuñar una moneda conmemorativa. No cualquier moneda, sino la que, por fin, consolidará en el mar lo que en tierra firme sigue siendo un debate semanal. Por el módico valor nominal de 20 pesos (y un coste de producción que, como los secretos de Estado, mejor no divulgar), el pueblo podrá sostener en su mano el símbolo definitivo de que, hace dos siglos, un capitán y sus valientes lograron que unos señores con uniformes distintos se fueran de un fuerte. Una gesta, sin duda, que merece ser reducida a un disco metálico intercambiable por un refresco.

La numismática, faro de la identidad nacional

El dictamen, documento de una lucidez pasmosa, nos ilumina con una verdad que habíamos pasado por alto en medio de trivialidades como la inflación o la seguridad: la verdadera independencia no se gana con tratados, sino con fechas en el calendario que justifiquen nuevas series limitadas. “Si bien la Independencia se consumó en 1821”, explica el texto con paciencia de maestro de kindergarten, “fue hasta 1825 cuando se consolidó de manera definitiva en la mar”. Es decir, durante cuatro años la patria fue una especie de independiente a medias, una promesa incumplida, hasta que la naciente Armada realizó su acto fundacional: un bloqueo. He ahí el milagro fundante que, naturalmente, exige ser conmemorado no con una revisión histórica profunda, sino con un objeto de coleccionista.

De cómo una moneda navega donde los barcos tienen dificultades

Así, la Marina Armada de México, esa institución que hoy patrulla mares y combate enigmas logísticos, nació para expulsar a los últimos recalcitrantes que se negaban a aceptar la evidencia. El 23 de noviembre de 1825 se convirtió, por tanto, no solo en una fecha histórica, sino en la excusa perfecta para activar la maquinaria de la Casa de Moneda. En un ejercicio de simbiosis perfecta, la historia sirve a la numismática y la numismática, a su vez, sirve para darle un propósito legislativo a una tarde de miércoles.

El dictamen, ahora en manos de la mesa directiva, aguarda su trámite final en el Pleno. Pronto, los representantes populares podrán votar, entre recortes presupuestales y crisis varias, por este luminoso proyecto. Mientras el país debate sobre aguas más prosaicas —como las que faltan en los grifos o las que inundan los hogares—, nuestros líderes aseguran que la consolidación marítima de la patria, grabada a fuego en una aleación de níquel y latón, es el legado perdurable que merecemos. Una moneda por cada problema resuelto: he aquí la nueva y brillante política de Estado.

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