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El norte de México se convierte en un desierto mientras el gobierno mira hacia otro lado

El norte de México enfrenta su peor crisis agrícola en décadas mientras las presas se secan y el calor arrecia.

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Foto: Agencia Reforma.

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En un giro irónico digno de un relato distópico, el norte de México ha decidido adelantarse al futuro y convertirse en el primer desierto autogestionado del continente. Mientras los discursos oficiales hablan de “transición ecológica”, los agricultores y ganaderos contemplan cómo sus tierras se agrietan con la misma rapidez que las promesas gubernamentales.

El Monitor de Sequía, ese termómetro de la desesperación, revela que las presas de Chihuahua, Sonora y Sinaloa están más vacías que las excusas de los funcionarios. En Chihuahua, donde antes pastaban becerros para exportación, ahora solo crecen las deudas y los informes burocráticos. ¡100% de sequía en todos sus municipios! Un récord que ningún gobernante quisiera presumir.

Sonora, otrora granero del noroeste, ha alcanzado el nivel D4 de sequía (que en lenguaje gubernamental significa “Dios nos libre de declarar emergencia”). Cuarenta y seis municipios compiten por ver cuál se convierte primero en un decorado de película del viejo oeste.

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Mientras tanto, en Sinaloa —sí, ese mismo que aparece en las series—, los cultivos se marchitan con mayor eficacia que los cárteles eliminan la competencia. Diecisiete de veinte municipios ya están en sequía, demostrando que el clima puede ser más implacable que el crimen organizado.

Las lluvias, esas traicioneras, han optado por hacer turismo en el centro y sur del país, dejando al norte tan seco como el humor de los campesinos que escuchan a los meteorólogos hablar de “déficits de precipitación” mientras sus cosechas se convierten en polvo.

El informe técnico, escrito en esa prosa burocrática que convierte tragedias en estadísticas, nos informa que el 37.5% del territorio nacional padece sequía. El otro 62.5% probablemente está esperando su turno.

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Don Enrique Riveros, agricultor sinaloense y experto en rezar por lluvias, explica con resignación que las presas solo tienen agua “para consumo humano”. Una forma elegante de decir que pronto tendremos que elegir entre bañarnos o cultivar alimentos. ¿Quién dijo que el progreso no requería sacrificios?

Mientras los políticos discuten si el cambio climático es real, los campos del norte ya tomaron su decisión: se están mudando al siglo XXII, donde el agua será un recuerdo legendario como los ríos de leche y miel.

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