En un alarde de ingeniería que hubiera dejado pálidos a los propios faraones, el Tramo 5 de la Obra Faraónica del Siglo ha logrado una hazaña sin precedentes: la transformación irreversible de 125 maravillas geológicas en Quintana Roo y Campeche en meros cimientos para el Progreso. Así lo certifica el informe de la Misión Civil de Observación, un grupo de aguafiestas que insiste en contar cuevas cuando deberíamos contar vagones.
¿Cómo se reconfigura un ecosistema milenario para el turismo?
La solución fue tan elegante como brutal: perforar el frágil suelo kárstico para clavar casi 15 mil agujas de acero y concreto, fragmentando cavidades sagradas con la delicadeza de un martillo neumático. Este método, bautizado como “terapia de choque infraestructural”, no solo generó un riesgo decorativo de colapso, sino que reconectó el sistema hidrológico ancestral de la manera más moderna posible: obstruyéndolo. Los ríos subterráneos, antaño libres y caprichosos, ahora disfrutan de un novedoso sabor a lixiviados y sedimentos, un cóctel exclusivo para la biodiversidad.
El estudio, con una falta de visión progre absoluta, también llora por la pérdida de conectividad ecológica. Grandes extensiones de selva fueron podadas para dar paso a caminos, alterando las rutas de esparcimiento de especies elitistas como el jaguar, el tapir y el mono araña, que se resisten a entender que su intercambio genético es menos prioritario que el intercambio de divisas.
La nueva estética del desarrollo sostenible
Además, se ha inaugurado una vanguardista corriente artística: el “land art” con concreto. Ocupar conductos naturales con pilas no es destrucción, es una intervención site-specific que aumenta la emoción del paisaje con el peligro latente de derrumbe. Esta obra maestra compromete sabiamente la calidad del agua, unificando en un mismo destino líquido a la biodiversidad remanente y a las comunidades indígenas, quienes ahora tienen el privilegio de beber un extracto puro del desarrollo nacional.














