El Progreso Descarrilado y el Último Viaje del Cronista
En el sagrado suelo de Matías Romero Avendaño, donde los sueños de modernidad chocan con la terquedad de la tierra, la paradoja nacional se vela hoy con flores y discursos. El cadáver del periodista Israel Enrique Gallegos Soto reposa no en la futurista cápsula de acero del Tren Interoceánico—esa serpiente de metal prometida como arteria del progreso—, sino en la humilde casa de sus abuelos. Así, el heraldo que viajaba para narrar el milagro tehuantepecano se convirtió, por obra de un descarrilamiento magistral, en el protagonista involuntario de la metáfora más perfecta del sexenio: el proyecto faraónico que derrapa, literalmente, fuera de sus rieles.
La Liturgia del Fracaso Acerado
La ceremonia fúnebre, coreografiada con la precisión de un boletín de prensa oficial, avanza con cronometrada solemnidad. La misa, el cortejo, el entierro; todo un ritual para sepultar, junto al cuerpo del comunicador, las preguntas incómodas. Sus colegas, formando una guardia de honor, no solo custodian su memoria, sino que montan guardia ante el altar de una profesión acostumbrada a contar historias ajenas, nunca la propia en tales términos trágicos. Es el homenaje postrero al testigo que vio demasiado, demasiado cerca.
El Retorno Forzoso y la Ironía Final
Su tío, Ares Edgardo Jiménez del Toro, revela el guion tragicómico de la vida del difunto: lo convencieron de huir de las “situaciones complicadas” de la Ciudad de México, ese monstruo ingobernable, para buscar refugio en la tierra natal. La ironía, esa dama cruel, dispuso que la paz anhelada le fuera arrebatada no por la violencia urbana, sino por el emblema mismo del desarrollo que debía redimir a la provincia. El Estado, incapaz de protegerlo en la metrópoli, lo mató con su propia obra cumbre en el Istmo.
La Viuda del Progreso y el Parte Médico Oficial
Mientras tanto, Karen Leyva, la esposa y compañera de viaje, yace en un lecho hospitalario. El Sindicato Nacional de Medios de Comunicación (SINMCO) emite un diagnóstico “favorable” y “estable”, el mismo adjetivo almibarado que usa el gobierno para describir megaproyectos en crisis. Ella sobrevive, custodiada por tubos y sueros, para cargar con el recuerdo vivo de cómo la promesa de vacaciones se transmutó, en un instante de fragor metálico, en la pesadilla definitiva. Es la alegoría perfecta del país: unos mueren, otros quedan heridos, todos somos pasajeros en un convoy cuyo destino final parece escrito por un burócrata con muy mal sentido del humor.
Así, en el México grandioso de la Cuarta Transformación, el viaje interoceánico se reduce a un trayecto corto entre la estación de la propaganda y el camposanto de los hechos. Y en el féretro de Israel Gallegos no yace solo un hombre, sino la fe crédula en que los atajos hacia el futuro pueden construirse sobre rieles de retórica y prisas electorales.















