El regreso de los expertos en la comedia burocrática

El regreso de los expertos en la comedia burocrática

Foto: El Universal.

En un giro que hubiera enorgullecido al mismísimo Kafka, el Gobierno de la Cuarta Transformación ha descubierto que quizás, posiblemente, tal vez, los especialistas internacionales a quienes antes consideraban demasiado problemáticos ahora podrían ser útiles para resolver el pequeño inconveniente de 43 estudiantes desaparecidos. La presidenta Claudia Sheinbaum, en un arrebato de magnanimidad burocrática, ha decidido que su administración está “dispuesta a dialogar” con esos mismos expertos cuyas condiciones antes representaban “limitaciones” insuperables para el aparato estatal.

“Algunos padres y madres han estado insistiendo”, reconoció la mandataria, con la misma sorpresa que mostraría alguien que descubre que el agua moja, sobre la pertinaz costumbre de las familias de querer saber qué ocurrió con sus hijos nueve años después.

En esta tragicomedia institucional, el subsecretario Arturo Medina ha sido designado como el heraldo que portará la noticia: el régimen ahora considera que quizás la experiencia internacional en derechos humanos y investigación forense no era tan descabellada como parecía cuando decidieron prescindir de ella. Se comunicará con los antiguos miembros del GIEI para “ver en qué condiciones, si es que les interesa” regresar a un caso que se ha convertido en el eterno retorno de lo mismo.

Los milagros tecnológicos del mañana siempre prometido

Mientras tanto, la Fiscalía ha descubierto una herramienta revolucionaria: el análisis de llamadas telefónicas. Aunque esta tecnología existe desde hace décadas y ya fue utilizada parcialmente en el pasado, el gobierno anuncia su aplicación como si fuera un hallazgo científico comparable al desciframiento del genoma humano. Cientos de miles de registros que duermen el sueño de los justos en algún archivo polvoriento están siendo examinados con la urgencia característica de un funcionario que sabe que la historia lo juzgará.

“Ha habido detenciones recientes muy importantes”, proclama el régimen con la solemnidad de quien anuncia un eclipse, aunque las identidades de los detenidos permanecerán en el reino de lo inefable hasta que “en su momento” algún nuevo titular decida que es hora de revelarlas. La investigación, nos aseguran, es tan delicada que cualquier información podría dañarla, como si la verdad fuera una flor que se marchita ante la luz pública.

Sheinbaum, en un ejercicio de realismo mágico burocrático, reconoce que los progresos “no son aún los que se desearían”, una magistral muestra de eufemismo oficial que equivale a reconocer que un transatlántico se mueve menos que un caracol en melaza. Pero hay “avances adicionales”, nos dice, como si después de nueve años cada migaja de información no fuera una vergüenza nacional.

El colmo de esta farsa institucional llega con la revelación de que también existen conversaciones con Naciones Unidas para incorporar a otros expertos, siempre y cuando las familias lo autoricen, porque en el teatro de lo absurdo que se ha convertido este caso, son los dolientes quienes deben validar cada nuevo acto de esta comedia grotesca.

“Vamos avanzando”, asegura la presidenta, mientras el reloj sigue su imparable tictac y las familias esperan que esta vez, quizás, posiblemente, tal vez, la justicia deje de ser ese espectro que siempre se vislumbra en el horizonte pero nunca llega.

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