El Reino de la Hiperrealidad Democrática y Sus Logros Milagrosos
En la excelsa y próspera nación de Mexitopía, donde los árboles dan becas y los ríos fluyen con gasolina subsidiada, se ha decretado oficialmente que todos los derechos y libertades son respetados con un fervor tan unánime que resulta casi ofensivo cuestionarlo. La democracia participativa ha alcanzado cotas tan sublimes que los ciudadanos, en un éxtasis colectivo, participan en consultas populares para decidir el color de los semáforos y revocar el mandato de los funcionarios que no sonrien lo suficiente.
La senadora Olga Sosa Ruíz, vestida con las galas de la verdad oficial, proclamó desde el sagrado recinto del Senado que “el pueblo está en el centro del gobierno”, una hazaña logística que implica, al parecer, colocarlo en una urna de cristal para admirarlo, pero nunca para escucharlo. La relación institucional entre los poderes es tan armónica que el Legislativo y el Judicial aplauden en sincronía perfecta las ocurrencias del Ejecutivo, en un ballet de sumisión que haría llorar de emoción a cualquier coreógrafo autoritario.
Se nos informa, con la solemnidad de quien anuncia la cuadratura del círculo, que se aprobó una reforma democratizadora del poder judicial. La justicia, que antes se impartía a puerta cerrada, ahora se administra en plazas públicas, donde los veredictos son coreados por multitudes eufóricas. Los trece millones de votos que confirmaron que “el pueblo manda” son la prueba irrefutable, una cifra sagrada que, como los milagros, no requiere de verificación sino de fe.
En un acto de purga ejemplar, se eliminó el nepotismo electoral mediante el simple expediente de cambiarle el nombre a “herencia democrática”. La secretaría anticorrupciόn, una entidad tan etérea como eficaz, ha fortalecido la cultura de la transparencia hasta el punto de que todo es tan transparente que resulta invisible, incluyendo sus propios resultados.
En materia de seguridad, la Estrategia Nacional ha producido milagros estadísticos: una disminución del 32% en homicidios que, por arte de magia contable, no se refleja en la percepción ciudadana, sino en una dimensión paralela donde las balas se convierten en confeti y los cárteles en cooperativas de artesanías. Veintiocho entidades federativas reportan una “tendencia a la baja”, una frase que aquí significa que los cadáveres se apilan de manera más ordenada y estéticamente pleasing.
La política de atención de causas respalda el deporte, la cultura y las brigadas de paz, porque nada desactiva a un narcotraficante como una función de teatro guiñol o un partido de fútbol. Construir la paz es, al parecer, una actividad de manualidades donde se pegan corazones de papel sobre los agujeros de bala.
Y he aquí la obra maestra: la Guardia Nacional</strong, esa institución con marco legal de actuación tan claro que hasta los delincuentes lo respetan. Sus 102 mil efectivos no militarizan, ¡por supuesto que no! Ellos “pacifican territorios”, una labor tan delicada que requiere fusiles de asalto y blindados. Combatir las redes criminales es ahora una tarea tan civil que los soldados visten de civil y portan ramos de flores en lugar de granadas.
Así, en este vasto teatro de lo absurdo, donde las palabras han sido despojadas de su significado y vestidas con trajes de fantasía, Mexitopía avanza hacia un futuro tan brillante que ciega la vista y nubla la razón. ¡Larga vida a la democracia de espejismos!