El ritual trianual de la fe inquebrantable en el tratado perfecto

El Dogma de la Infallibilidad Comercial

En un acto de fe que haría palidecer a los más devotos teólogos, el Sumo Pontífice de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Alejandro Murat Hinojosa, ha proclamado una nueva verdad revelada: la revisión sacramental del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) avanza, milagrosamente, conforme al calendario divino. No existe, aseguró con la solemnidad de un oráculo, el más mínimo riesgo de que el ritual trianual falle. Los tres gobiernos, en un estado de gracia perpetua, solo buscan el resultado positivo, ese estado beatífico donde todos ganan y nadie pierde, como en un cuento de hadas para economistas.

La Coreografía Previsible de la Negociación

El venerable legislador desgranó, con la precisión de un metrónomo, los sagrados pasos de la danza. Los procesos legales, esos tediosos trámites burocráticos, se han cumplido con la puntualidad de un reloj suizo abandonado en una bóveda. La negociación formal, el gran espectáculo, está proyectada para los meses de junio y julio de 2026, como si el destino de millones dependiera de una agenda de Google Calendar compartida entre tres naciones. “No existe contratiempo alguno”, declaró, ignorando la posibilidad misma de que la realidad osara interponerse en el guion oficial.

Mientras tanto, en los subsuelos del poder, ya han comenzado las pláticas informales entre las cámaras empresariales, los verdaderos sumos sacerdotes de este culto. Estas misas negras preliminares tienen un objetivo loable: acercar posiciones, resolver inquietudes y, sobre todo, garantizar que el gran teatro de la negociación formal sea un mero trámite, una puesta en escena ágil y eficiente donde los diálogos ya están escritos y el final es conocido por todos los iniciados.

La Defensa de los Intereses (Ya Definidos)

Con un ardor casi patriótico, el senador destacó la importancia de que México participe “activamente” en la definición de los puntos clave. Es decir, en rubricar con fervor los términos que otros ya han bosquejado, asegurando así que los intereses nacionales —una entelequia tan maleable como elástica— estén “protegidos”. Todo, por supuesto, para mantener la estabilidad, ese eufemismo dorado que significa que nada debe cambiar demasiado para que todo siga igual.

Subrayó, porque es necesario subrayar lo obvio, que el tratado es un instrumento estratégico para la integración. Favorece, nos dicen, la generación de empleos, la inversión y la cooperación, como un mantra repetido hasta la náusea que ahoga cualquier pregunta incómoda sobre qué tipo de empleos, en favor de quién es la inversión, y en qué términos exactos se da esa cooperación.

La Búsqueda del Acuerdo Terso y Sin Sorpresas

La meta última, el Santo Grial de esta cruzada, es llegar a un acuerdo “terso y sin sorpresas”. Traducción: un documento que no altere los equilibrios de poder, que no cuestione los privilegios establecidos y que brinde “certidumbre” a los sectores productivos (léase: a los que ya producen y tienen). Así, se fortalece la competitividad de México, un concepto que suele medirse en dólares y centavos, nunca en bienestar o soberanía.

Con estas declaraciones, el Senado, en su infinita sabiduría, busca “transmitir confianza”. Es el mismo mensaje tranquilizador del capitán del Titanic asegurando que solo son cubitos de hielo para el whisky. Se proclama la solidez del T-MEC, la continuidad del tratado clave, la piedra angular de un edificio que nadie se atreve a inspeccionar con demasiado detalle por miedo a encontrar las grietas que todos saben que están allí, pero que la fe oficial ordena ignorar. El ritual continúa. La farsa avanza. Y los oráculos siguen hablando.

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