El Sacro Ritual de la Piñata y el Voto en la Colonia América

En un despliegue de altruismo estacional que solo puede catalogarse de milagro navideño, la ilustre diputada federal, María Teresa Ealy Díaz, descendió de las etéreas alturas del poder para encarnar, por una noche, en la colonia América. Allí, presidió el sacro ritual denominado “Esperanza que abraza“, una ceremonia ancestral donde los elegidos reparten dulces y cobijas a cambio de la moneda intangible de la legitimidad popular.

La Coreografía del Clientelismo Festivo

El protocolo fue ejecutado con precisión militar. La estadista, armada con un palo y una sonrisa de campaña perpetua, asestó golpes certeros a una piñata con la efigie de los males públicos, liberando así una lluvia de confites y juguetes de fabricación dudosa sobre la prole agradecida. Cada golpe resonaba como una promesa electoral, cada caramelo recogido del suelo, un pacto tácito de lealtad futura. Los adultos mayores, esos santos laicos del voto duro, recibieron mantas que, se rumora, poseen el poder mágico de calentar solo en años electorales.

La Teología del Tejido Social Reventado

“Esto fortalece el tejido social”, proclamó la legisladora, mientras con sus propias manos—entrenadas para firmar iniciativas de ley—distribuía azúcar y lana. Una metáfora perfecta: parches dulces y calor efímero para un cuerpo social crónicamente enfermo. La convivencia, ese eufemismo magnífico, floreció entre el olor a ponche y la sombra alargada del curul. No se trataba de un mero festejo, sino de una audiencia pública disfrazada de posada, donde las necesidades ciudadanas se escuchan mejor entre el estruendo de una piñata reventada y el griterío infantil.

El Misterio de la Encarnación Temporada

Este fenómeno de la comunidad visitada por su divinidad representativa sigue un calendario litúrgico bien establecido: aparece con las luces de Navidad y se desvanece con los Reyes Magos. La diputada, en un acto de humildad sublime, se mezcló con la plebe, demostrando que el poder no solo puede escucharte, sino también darte un caramelo. Su compromiso directo, tan directo como el trayecto de un dulce de su mano a la de un infante, quedó plasmado en fotografías que circularán más que cualquier informe legislativo. La verdadera esperanza, parece sugerir el espectáculo, no es una virtud teologal, sino un bien de consumo perecedero, empaquetado en celofán y repartido en diciembre.

Así, en la alcaldía Miguel Hidalgo, donde una vez se gestó un grito de independencia, hoy se corean villancicos bajo el patronazgo de una nueva clase revolucionaria, especialista en abrazar esperanzas y, de paso, asegurar que el tejido social aguante hasta la próxima temporada de rendición de cuentas.

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