El sacrosanto elefante blanco devora el presupuesto nacional
En un sublime acto de prestidigitación contable, los sumos sacerdotes de San Lázaro se disponen a ejecutar el Presupuesto de Egresos de la Federación 2026, un documento sagrado donde, según los oráculos del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF), el milagro de los panes y los peces se ha transformado en el prodigio de quitarle a Pedro para pagarle a Pablo, sin que Pedro se queje demasiado y sin que Pablo note la limosna.
El venerable Víctor Manuel Herrera, durante un moderno aquelarre digital llamado webinar, profetizó que estas redistribuciones serán tan impactantes como un guijarro en el océano de las finanzas públicas. La salud y la educación, esas dos Cenicientas eternas del erario, recibirán migajas con bombos y platillos, mientras el verdadero banquete se sirve en el altar del sacrosanto elefante blanco, también conocido como Petróleos Mexicanos (Pemex).
“Estamos sacrificando algo bueno para asignarlo a algo bueno también”, declaró el augur, en lo que parece ser el nuevo lema nacional: una oda a la mediocridad planificada. ¡Magnánima decisión! Quitar recursos a los órganos autónomos —esos incómodos guardianes de la democracia y la transparencia— para inyectarlos en el insaciable vientre de la paraestatal es, sin duda, una estrategia tan visionaria como vender los muebles para comprar más gasolina para un coche sin motor.
La joya de la corona de este esperpento es la Ley de Ingresos de la Federación 2026, ya bendecida por el Congreso de la Unión. En ella, se consagra el dogma de que es más loable alimentar a un mastodonte en estado de descomposición que fortalecer los cimientos del Estado. Se desangra al Instituto Nacional Electoral y a la seguridad, no para sanar a la nación, sino para ofrendar más de 17 mil millones de pesos a un ídolo de piedra cuyo único milagro ha sido convertir billonarias inversiones en humo y deuda.
La pregunta que ningún augur se atreve a contestar es: ¿Qué retorno a la sociedad ofrece este becerro de oro? La respuesta, querido ciudadano, es un silencio sepulcral, solo roto por el sonido de los billetes siendo arrojados al pozo sin fondo de la nostalgia petrolera. Un espectáculo tragicómico donde el presupuesto no es una herramienta de desarrollo, sino un monumento al absurdo.



















