El sagrado circo del dolor convertido en entretenimiento

El sagrado circo del dolor convertido en en entretenimiento

En el sanctasanctórum del entretenimiento masivo, donde las tragedias humanas se cotizan en dólares por suscripción, Gael García Bernal y Paulina Dávila encarnarán ese sublime espectáculo que nuestra civilización tanto anhela: el sufrimiento ajeno convenientemente edulcorado con toques de humor ligero.

Bajo la batuta del sumo sacerdote Rodrigo García, se nos presenta una parábola moderna donde una mujer, tras quedar confinada a una silla de ruedas, abandona al amor de su existencia justo en el altar. Veinte años después, el fantasma regresa para torturarla con lo que pudo ser y no fue, porque ¿qué sería del drama sin el eterno suplicio de los “y si”?

La manufactura industrial del pathos

“Paulina interpreta un personaje complejo, lleno de contradicciones, adicciones y, por supuesto, ese romance con Gael que constituye el núcleo de esta máquina de generar lágrimas”, declara García con la solemnidad de un cirujano describiendo una operación a corazón abierto para entretener a las masas.

La química entre los protagonistas no es sino el lubricante necesario para que el engranaje emocional funcione sin chirridos. Actualmente en la fase de posproducción -ese proceso alquímico donde se purifica el dolor hasta convertirlo en producto digerible- esta joya de Netflix promete entregarnos en 2026 otra dosis de catarsis programada.

La geografía como escenario del martirio

La emblemática avenida Revolución de Tijuana, antaño famosa por sus burros transformados en cebras mediante el simple expediente de la pintura, sirve ahora de telón de fondo para esta tragicomedia humana. Qué metáfora más perfecta: criaturas disfrazadas para divertimiento de turistas como ambientación para relaciones disfrazadas de amor verdadero.

“En un episodio hay una boda que se convierte en caos”, confiesa un miembro de la producción, sin percatarse de que describía la esencia misma del matrimonio contemporáneo.

María Estela Fernández, suma sacerdotisa del vestuario, declara con devoción: “Con Rodrigo iría a cualquier parte, incluso a una fiesta infantil”. He aquí la verdadera vocación: la disposición a inmolarse en el altar del espectáculo, aunque el templo sea un cumpleaños de niños.

La industria de la congoja como filosofía de vida

Mientras tanto, García anuncia su próxima obra maestra, Las locuras, donde confiesa: “Con la edad uno ya no quiere hacer tanto drama”. Declaración sorprendente viniendo de quien ha construido un imperio sobre las desdichas ajenas. Quizás el verdadero drama es reconocer que hasta el fabricante de tragedias eventualmente se cansa de su propio producto.

Así funciona nuestro mundo moderno: convertimos el dolor en narrativa, la tragedia en entretenimiento, y las sillas de ruedas en dispositivos plot para mantenernos enganchados a las pantallas. Todo sea por el sagrado derecho a consumir miserias estéticamente presentadas mientras cenamos.

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