En un acto de desbordante generosidad estatal, el Gran Ministerio de la Filantropía Nacional ha decretado que este martes, el sagrado maná gubernamental caerá sobre aquellos cuyos apellidos inicien con las letras D, E, F y G. El resto de los mortales estudiantiles deberá aguardar su turno en el gran sorteo alfabético que rige los designios de la educación nacional.
El mecanismo de distribución, tan complejo como el sistema astronómico de Ptolomeo, garantiza que millones de súbditos estudiantiles reciban su estipendio bimestral de mil novecientos pesos, cantidad calculada con precisión milimétrica para cubrir exactamente medio libro de texto o tres cafés en la zona más económica del campus.
Según el oráculo Julio León, Sumo Sacerdote de las Dadivas Estudiantiles, este sistema por iniciales apellidarias representa el pináculo de la eficiencia burocrática. “No hay método más justo que organizar el bienestar social como se organiza un diccionario”, declaró el funcionario mientras revisaba su abecedario dorado.
Los afortunados beneficiarios podrán acudir a las Catedrales del Bienestar, antiguamente conocidas como bancos, donde realizarán el ritual del retiro sin comisión, un milagro económico que solo ocurre en estos recintos sagrados.
Mientras tanto, los estudiantes cuyos apellidos comienzan con Z continúan en vigilia, rezando para que el alfabeto no se trunque antes de llegar a su letra, en este moderno sistema de asignación de recursos que hubiera maravillado a los burócratas del Absolutismo Ilustrado.