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El SAT declara la guerra al papel con un ejército digital

La modernización digital del fisco revela una épica batalla contra el papel y la burocracia ancestral.

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El Gran Registro: Una Epopeya Fiscal en la Era Digital

En un alarde de eficacia sin precedentes en los anales de la burocracia nacional, el Sagrado Apostolado Tributario (SAT) ha proclamado una gesta heroica: la inscripción de 1.7 millones de nuevos siervos –perdón, contribuyentes– en el sacrosanto Registro Federal de Contribuyentes. Un portentoso incremento del 2.9% que, sin duda, hará temblar los cimientos de la economía informal y hará sonrojar a los espíritus evasores que campan a sus anchas.

Pero la verdadera revolución, el equivalente fiscal a la invención de la rueda, es el auge estratosférico de la e.firma. Un artefacto digital místico cuya generación y renovación se ha disparado un 12.9%, permitiendo a los ciudadanos sellar su sumisión fiscal con la elegancia de un clic, sin necesidad de sacrificar un becerro de oro ante las arcas del estado.

La dependencia, en un comunicado que huele a gloria celestial, expone cómo esta alianza divina con la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT) está desmantelando el antiquísimo imperio del formulario en triplicado, la fotocopia certificada y la fila interminable. Ahora, el ciudadano sólo necesita presentar su credencial para votar, ese documento que todo lo puede, hasta acreditar que uno es quien dice ser en el vasto y laberíntico reino de Hacienda.

Gracias a esta cruzada modernizadora, el 73% de los trámites ya no requieren de peregrinaciones físicas a los templos tributarios. El resto, claro está, sigue demandando el rito presencial, quizás para preservar la tradición y permitir a los funcionarios ejercitar su divina paciencia y su amor por el papel membretado.

Así, entre asesorías y acompañamientos, se construye el nuevo Edificio Fiscal Digital, una utopía donde las máquinas sirven al ciudadano y el ciudadano sirve, sobre todo, al fisco. Una obra que, sin duda, Jonathan Swift hubiera satirizado con deleite y George Orwell hubiera mirado con profunda sospecha.

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