El Gran Teatro Aduanal: Una Oda Burocrática a la Lucha Contra el Molino de Viento
En un alarde de heroísmo administrativo que haría palidecer a los mismísimos caballeros de la Mesa Redonda, los altos mandos del Servicio de Administración Tributaria (SAT) han anunciado, con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, que la corrupción en las aduanas es un asunto de cierta relevancia. Sí, en un giro argumental que nadie podría haber previsto, resulta que el cáncer de la corrupción ha metastatizado en el sistema, dejando un rastro de 22 mil 843 millones de pesos en perjuicios al erario. Una bagatela, sin duda.
El heraldo de esta epopeya, el ilustrísimo Erick Jiménez Reyes, se presentó ante la sagrada asamblea de diputados de la Comisión de Hacienda para relatar las hazañas de sus legiones. Con la precisión de un notario, enumeró los 109 expedientes de acción penal, que yacen probablemente en algún archivo polvoriento, esperando el momento propicio para convertirse en papel reciclado. ¡Doscientos cinco operativos de alto impacto! —proclamó—, una cifra tan redonda y espectacular que casi hace olvidar que cada “impacto” parece haber sido amortiguado por almohadas de burocracia.
El botín de esta feroz campaña es tan colosal como ambiguo: 4 mil 564 millones de pesos en mercancía extranjera ilegal embargada, y otros 7 mil 554 millones embargados por vías administrativas. Cifras que, arrojadas al viento en una rueda de prensa, suenan a victoria pírrica en una guerra donde el enemigo, astutamente, sigue siendo un fantasma incorpóreo. Se han solicitado con vehemencia 60 cancelaciones de patentes aduanales, un gesto tan audaz como intentar desarmar a un ejército pidiéndole amablemente que devuelva las balas.
La joya de la corona de este relato kafkiano es la suspensión de 22 mil 352 contribuyentes del padrón de importadores. Una purga masiva que, leída entre líneas, más que una demostración de fuerza, parece el reconocimiento tácito de un ecosistema tan podrido que requiere de una poda de dimensiones bíblicas. “Las medidas de protección son calzado, textil, confección, hidrocarburos…”, sentenció el funcionario, como si enumerara los feudos de un reino donde la ley es una sugerencia optativa.
Y he aquí el *deus ex machina* que todo lo resolverá: la reforma a la Ley Aduanera propuesta por la Presidenta Claudia Sheinbaum. Según el evangelio según Jiménez Reyes, este texto sagrado “permitirá generar mayor control”. ¡Alabado sea! Por fin se descubrirá la fórmula mágica para que los agentes aduanales, esos seres mitológicos, dejen de ser “excluyentes de responsabilidad” y se conviertan en “expertos en comercio exterior”. Una reforma que, en el mejor estilo de la sátira orwelliana, promete combatir el fuego con más formularios y el contrabando con más comisiones.
En conclusión, nos hallamos ante una épica moderna donde los caballeros burócratas, armados con expedientes y órdenes de revisión, libran una batalla campal contra dragones de varios cabezas llamados impunidad, opacidad y complicidad. Un espectáculo tan grandioso en sus cifras como patético en sus resultados reales. El SAT no solo nos informa; nos entretiene con la tragicomedia de intentar sanear con una curita un sistema que requiere una cirugía a corazón abierto, sin anestesia y con testigos.