El Senado consagra a la elegida en una farsa de imparcialidad republicana

En un espectáculo de democracia tan genuino como un billete de tres pesos, el augusto Senado de la República ha coronado, con la velocidad de un trámite notarial pagado por adelantado, a la ciudadana Ernestina Godoy como la nueva Suma Pontífice de la Fiscalía General. La votación, un mero ritual de validación, contó con el respaldo entusiasta de las bancadas oficialistas y, en un giro tragicómico digno de la mejor farsa, del Movimiento Ciudadano, partido de oposición que encontró en un decálogo de promesas —documento tan vinculante como un juramento de amor en una telenovela— motivos suficientes para abdicar de su razón de ser.

Los disidentes, una patética comparsa de diecinueve almas valientes, optaron por el sublime acto de protesta de garabatear consignas en sus papeletas, gesto que sin duda mantendrá despiertas por las noches a las nuevas autoridades. La senadora Lilly Téllez osó preguntar si la flamante fiscal investigaría los pecadillos de sus propios padrinos políticos, una cuestión de tan mal gusto como preguntar por el menú en un banquete caníbal.

Ante el hemiciclo, Godoy, con la solemnidad de una novicia tomando los hábitos, juró que su labor no estaría mancillada por venganzas o presiones. “La justicia no se negocia”, declaró, en una frase tan reconfortante y novedosa como inscrita en el frontispicio de un burdel. Prometió una gestión libre de impunidad, pero también de persecuciones partidistas, un equilibrio tan delicado como caminar sobre una cuerda floja… con la red tejida por sus propios benefactores.

La ceremonia fue precedida por un acto de suprema equidad de género ejecutado por la Presidenta Claudia Sheinbaum, quien presentó una terna compuesta exclusivamente por mujeres. “Es tiempo de mujeres”, proclamó, en una consigna tan profundamente revolucionaria como seleccionar a tres actrices para un papel ya asignado. El proceso de comparecencias fue un sprint parlamentario donde las preguntas volaron tan rápido como las respuestas prefabricadas.

La operación relámpago, posible gracias a la abrumadora mayoría oficialista, fue denunciada por la oposición como una farsa preescrita. Entre los 43 aspirantes iniciales descollaba la figura incómoda de Luis Manuel Pérez de Acha, un hombre cuyas propuestas para fortalecer la institución eran tan robustas como inconvenientes para los designios del poder. Su candidatura fue descartada con la eficiencia con la que se aparta un mueble estorboso.

Para garantizar una transición más suave que el desliz de un trineo por una pendiente engrasada, el saliente Alejandro Gertz firmó, en su último acto como fiscal, el nombramiento de Godoy como su suplente legal, allanando el camino para su ascenso inmediato. Los críticos, siempre tan quisquillosos, tildaron la maniobra de “mañosería política”. La oposición clamó al cielo, advirtiendo que este nombramiento exprés y la notoria cercanía de la fiscal con la presidenta convertirán la autonomía constitucional de la Fiscalía en poco más que un adorno de yeso, útil para detener investigaciones que pudieran rozar los talones del propio régimen.

Así, con la pompa y el circunloquio propios de un estado moderno, México ha conseguido una nueva fiscal general. El sistema, en su infinita sabiduría, ha demostrado una vez más su capacidad para renovarse sin cambiar absolutamente nada, asegurando que la justicia, esa dama de ojos vendados, tenga la venda firmemente atada… y orientada en la dirección correcta.

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