Una Transformación Profunda del Comercio Exterior
Desde mi experiencia en el ámbito del comercio internacional, he sido testigo de cómo las reformas aduaneras pueden marcar un antes y un después. La noticia de que la presidenta de la Mesa Directiva del Senado, Laura Itzel Castillo, ha recibido la minuta de reformas en materia aduanera promovida por la presidenta Claudia Sheinbaum, no es un mero trámite legislativo. Es el inicio de una reconfiguración del tablero de juego para todos los que operamos en la frontera entre la economía legal y el ilícito. Recuerdo proyectos que se estancaban por la opacidad; esta iniciativa, que establece requisitos estrictos de control y vigilancia digital, parece apuntar directamente a disipar esas sombras.
La magnitud del cambio propuesto es significativa. No se trata de ajustes cosméticos, sino de una reconfiguración profunda del marco legal aduanero. En mis años, he aprendido que cuando una reforma modifica 65 artículos, adiciona 44 nuevos y deroga nueve, estamos ante un cambio de paradigma. Los objetivos declarados—combatir la corrupción, la evasión fiscal y el contrabando—son loables, pero la práctica me ha enseñado que el diablo está en los detalles de implementación. Fortalecer la recaudación y modernizar los procesos de importación y exportación suena bien en papel, pero su éxito dependerá de la capacidad operativa y la voluntad política real.
Algunas modificaciones, como la ampliación de la vigencia de las patentes aduanales de 10 a 20 años, son una apuesta por la estabilidad y la planeación a largo plazo de los operadores. Sin embargo, la creación de un nuevo órgano, el Consejo Aduanero, y las nuevas reglas de certificación para agentes, me hacen reflexionar sobre una lección clave: toda nueva estructura conlleva un periodo de adaptación y un riesgo de burocratización. He visto cómo la teoría choca con la realidad en los puertos y cruces fronterizos.
La oposición política ya se ha manifestado. Que senadores del PRI y PAN anticipen su voto en contra, con argumentos como los de Ricardo Anaya que señalan que la reforma no erradicará la corrupción, es un recordatorio de que en el complejo ecosistema aduanero, ningún cambio es unánime. La experiencia me dicta que el verdadero impacto de esta reforma no se medirá en el Congreso, sino en la agilidad de los despachos, en la reducción real del contrabando y en la percepción de los inversionistas sobre la certidumbre jurídica en nuestro comercio exterior. El camino recién comienza.