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El silencio forzado de los comerciantes ante la extorsión en CDMX

Un comerciante narra cómo el “cobro de piso” destruyó su negocio familiar tras casi un siglo de historia.

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Junio 2019. Mientras su boutique de moda masculina en el centro histórico de la CDMX colapsaba por las compras del Día del Padre, el teléfono sonó. Una voz anónima exigió 10,000 pesos semanales: “Si no, actuaremos”. Así comenzó el calvario de un empresario que, tras cuatro años de amenazas, robos y nula protección estatal, cerró el local fundado por su abuelo en 1936.

Este drama se repite diariamente en la capital mexicana, donde el “cobro de piso” se ha normalizado como un impuesto criminal. La COPARMEX revela que en 2023 las extorsiones drenaron 25,964 millones de pesos (1,300 mdd) de la economía formal e informal. Pequeños negocios desaparecen; otros asumen el pago como “gasto operativo”.

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Las cifras oficiales apenas raspan la superficie: 97% de casos no se denuncian por miedo o desconfianza en las autoridades. Aunque CDMX ocupa el tercer lugar nacional en extorsiones, las 498 investigaciones abiertas en 2025 contrastan con la realidad que describe Vicente Gutiérrez de la CANACO: “El problema se ha afianzado como un cáncer social”.

La estrategia gubernamental reciente incluye líneas anónimas y congelamiento de cuentas, pero analistas como David Saucedo señalan que el crimen organizado ya integró la extorsión a su modelo de negocio. Carteles como CJNG y Sinaloa usan estos fondos para guerras territoriales y corrupción institucional.

Francisco Rivas del Observatorio Nacional Ciudadano explica: “Aquí conviven desde imitadores hasta células criminales profesionales”. La modalidad mutó: ya no solo afecta a comercios establecidos, sino a repartidores, vendedores ambulantes e incluso franquicias.

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Mientras el gobierno promete soluciones, historias como la del peletero Daniel Bernardi reflejan la resignación: “No hay opción: pagas o desapareces”. El comerciante anónimo que perdió su tienda lo resume así: “Construyes una vida 90 años… y te la destruyen en un instante”.

La pregunta queda flotando: ¿Pueden las nuevas tecnologías y políticas públicas revertir esta economía de la intimidación que ya permeó el ADN urbano?

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