El sublime arte de disuadir sueños con amenazas ilustradas
En un alarde de compasión ilustrada, el sagrado templo diplomático estadounidense en México ha perfeccionado el arte de la advertencia caritativa. Su último edicto, magistralmente disfrazado de consejo fraternal, constituye una joya de la lógica orwelliana: “Queridos aventureros, les prevenimos con lágrimas en los ojos que sus anhelos de prosperidad merecen nuestro más enérgico rechazo carcelario”.
El venerable portavoz David Arizmendi, sumo sacerdote de la nueva evangelización fronteriza, denuncia con patética vehemencia a los pérfidos “polleros” que siembran “falsas esperanzas” mediante hechicerías digitales. ¡Qué noble preocupación por las almas descarriadas que podrían creer que existe un destino mejor al norte del muro sagrado!
La embajada, en su infinito celo paternalista, nos revela una doctrina jurídica tan novedosa como descorazonadora: cometer el delito de anhelar una vida digna por segunda vez transforma al pecador en reincidente profesional, merecedor de entre dos y veinte años de reflexión en sus modernos monasterios penitenciarios.
Este sublime espectáculo de disuasión benevolente alcanza su cúspide retórica en el memorable consejo: “Ni lo intentes; fracasarás”. He aquí la esencia de la nueva diplomacia humanitaria: ¿para qué arriesgarse a que la realidad desmienta nuestras advertencias, si podemos garantizar el fracaso con anticipación?
Mientras los traficantes de ilusiones prosiguen su lucrativo comercio, el verdadero negocio de vender desesperanza institucionalizada se viste con las galas de la preocupación oficial. El mensaje es diáfano: la cárcel espera como único destino posible para quienes osen desafiar el designio divino que asignó fortunas y desdichas según coordenadas geográficas.