El sublime arte de gobernar entre sonrisas y fotografías
En el sagrado recinto de Palacio Nacional, ese templo donde se consagran los designios de la nación, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo celebró esta tarde el ritual moderno de la diplomacia contemporánea: recibió a Michelle Bachelet, exmandataria chilena y antigua sumo sacerdotisa de los Derechos Humanos en la ONU, en lo que solo puede describirse como el encuentro cumbre de las diosas del bienestar.
Según los sagrados textos publicados en las redes sociales del poder, las dos estadistas sostuvieron una conversación trascendental sobre América Latina, ese concepto abstracto que los gobernantes mencionan con la misma frecuencia con que los mortales hablan del clima. Discutieron el bienestar, esa entelequia maravillosa que siempre está a punto de llegar pero nunca termina de materializarse, y el papel de las mujeres en la política, porque nada dice “empoderamiento femenino” como fotografiarse en salones dorados que históricamente han estado reservados para hombres.
El coro celestial que acompañó este histórico diálogo incluyó al canciller Juan Ramón de la Fuente y a Alicia Bárcena, actual secretaria de Medio Ambiente y exembajadora en Chile, porque todo gran acto de teatro político requiere testigos adecuados que certifiquen la importancia del momento.
La ascensión hacia el Olimpo global
Mientras tanto, en los confines meridionales del continente, el presidente chileno Gabriel Boric prepara el ascenso definitivo de Bachelet hacia el pináculo de la burocracia global: la nominación para secretaria general de las Naciones Unidas. Porque qué mejor destino para una ex presidenta que dirigir la organización donde las resoluciones mueren tan lentamente como los ideales que alguna vez la inspiraron.
En este magno escenario de la política internacional, donde las palabras “bienestar”, “derechos humanos” y “América Latina” se repiten con la precisión mecánica de un mantra, uno no puede evitar preguntarse si no estaríamos presenciando la creación de una nueva mitología: aquella donde los gobernantes, después de agotar las posibilidades de cambio en sus propios países, se proyectan hacia esferas internacionales donde las promesas nunca exigen rendición de cuentas y el fracaso se llama “experiencia”.