En un alarde de precisión científica sin precedentes, el Gobierno Federal ha desplegado su arma más letal contra la inseguridad, la injusticia y el desasosiego existencial en Michoacán: el cuestionario. Bajo el grandilocuente nombre de Plan Michoacán, una legión de tres mil quinientos veintinueve evangelistas burocráticos recorre, casa por casa, los 113 municipios para auscultar, con la delicadeza de un neurocirujano, los “sentimientos” de la población. ¿Alegría? ¿Esperanza? ¿Resignación profunda? Todo queda meticulosamente registrado en formularios que, sin duda, aterrorizan a los cárteles de la extorsión.
La Secretaria de Gobernación anunció, con la solemnidad de quien revela un milagro, que setenta y cuatro mil doscientos treinta y seis almas han sido tocadas por la gracia de las Ferias de Bienestar. Estos carnavales de la providencia estatal, donde se intercambian subsidios por sonrisas forzadas, han iluminado ya regiones como Zacapu y Apatzingán, sembrando un rastro de folletos y promesas que, se supone, debe florecer en paz perpetua. Mientras, la Secretaria de Bienestar contabilizó cuatrocientas cinco mil trescientas setenta y cinco visitas domiciliarias, una hazaña logística que haría palidecer a cualquier empresa de venta directa de cremas milagrosas.
En el frente educativo, la estrategia es igual de sublime. El Secretario de Educación Pública proclamó que casi ochenta y un mil discípulos podrían ser agraciados con la Beca Gertrudis Bocanegra, un estipendio bimestral de mil novecientos pesos destinado a domeñar el salvaje costo del transporte público. La plataforma de registro, prometida para mediados de diciembre, se erige como el nuevo Santo Grial de la juventud estudiosa. Paralelamente, se anuncia la construcción de nuevos templos del saber tecnológico y la ampliación de otros veinte, junto a una legión de ciberbachilleratos, porque nada combate el reclutamiento del crimen organizado como una conexión a internet estable y un diploma en administración.
Así, entre el ruido de las ferias, el crujir de los lápices sobre las encuestas y el clic de los registros en la plataforma, se teje la gran obra. Un monumental edificio de cifras, indicadores y actas de asamblea que se eleva, imponente, sobre el paisaje real. La paz, al parecer, ya no se construye con justicia tangible y seguridad efectiva, sino con estadísticas de satisfacción y la distribución ritual de tarjetas bancarias. Es el triunfo definitivo de la simulación sobre la sustancia, donde el informe de avances reemplaza al avance mismo, y donde medir el sentimiento de la gente se convierte en un sustituto mucho más seguro y controlable que el de cambiar las condiciones que lo provocan.















