En un giro digno de los anales más gloriosos de la economía-ficción, el Reino del Sureste ha proclamado una victoria sin precedentes: su balanza de pagos ha dado a luz un robusto superávit de dos mil millones de dólares. Los augures del Banco de México, vestidos con sus túnicas de technócratas, han anunciado el primer milagro trimestral desde que la plaga global azotó el orbe. ¿El secreto de este portento? Una fórmula revolucionaria que consiste en que la plebe, maravillada por la escasez de monedas en sus bolsillos, haya decidido heroicamente importar menos bienes del extranjero.
El Éxito de la Austeridad Impuesta
El avance, celebrado en los púlpitos financieros, se explica por una reducción en la demanda interna, un eufemismo magistral para describir el sonido de millones de estómagos y aspiraciones que se contraen al unísono. Este sacrificio colectivo, esta abnegación nacional ante el altar del comercio exterior, ha logrado que el país exportara más de lo que comprara, un equilibrio tan bello y despiadado como una ecuación en una pizarra vacía. El saldo positivo, equivalente a medio punto del Producto Interno Bruto, no es sino el reflejo numérico de un pueblo que, habiendo agotado sus recursos, contribuye al esplendor de la patria simplemente dejando de participar en la economía. ¡He aquí el nuevo paradigma: la riqueza de las naciones medida por su capacidad para apagar el deseo!



















