La memoria insurgente en la era digital
María Argüello Vázquez, cuya identidad clandestina fue Rosario, es una de las últimas voces conectoras con la guerrilla del Partido de los Pobres. Este movimiento de resistencia, liderado por el carismático Lucio Cabañas, emergió en las serranías de Guerrero como un grito contra la desigualdad sistémica, un fenómeno que hoy analizaríamos a través del prisma de la justicia social y la brecha económica.
Con apenas 16 años, su ingreso al colectivo armado fue más un acto de conexión humana que de ideología consciente. En el campamento, sometida a una asamblea decisoria, su voluntad fue interrogada por el propio Cabañas. Este mecanismo de consenso, aunque rudimentario, refleja una búsqueda de agencia personal dentro de una estructura militarizada.
Su rol desafiaba los arquetipos de género: desde la logística culinaria hasta el mantenimiento de armamento y las guardias nocturnas. Era un ecosistema de anonimato solidario, donde los alias protegían identidades pero se construía un código de respeto mutuo.
El trauma llegó con el primer enfrentamiento a gran escala. En septiembre de 1974, la avanzada insurgente fue emboscada. En esa escena de caos, perdió a su pareja, “Juan”. Su escape, guiado por instrucciones previas, es un relato crudo de supervivencia y duelo instantáneo.
La persecución estatal, implacable, forzó la diáspora del grupo. Al regresar a Atoyac, Rosario enfrentó una represalia familiar diseñada para fracturarla: la desaparición forzada de su padre, un campesino ajeno al conflicto. Esta táctica, hoy catalogada como terrorismo de estado, dejó una cicatriz de culpa intergeneracional.
Hoy, a sus 67 años, su testimonio frente a las tumbas de compañeros caídos es un acto de memoria disruptiva. En una época de narrativas digitales efímeras, su voz persiste como contranarrativa esencial. Documenta las secuelas profundas de la llamada “guerra sucia”, un capítulo donde la inteligencia militar y la contrainsurgencia escribieron una historia de violaciones a los derechos humanos que aún exige verdad y reparación.
Su experiencia es un archivo humano invaluable. En la corriente actual de reivindicar historias silenciadas, el relato de Rosario trasciende el anecdotario para convertirse en un espejo crítico sobre los costos humanos de la lucha política y la deuda histórica pendiente.













