El tren de la eficiencia no se detiene por un alma

La Sacrosanta Línea 3 y el Imperdonable Estorbo Humano

En un acto de insubordinación capital contra el sagrado ritmo de la urbe, un ciudadano anónimo tuvo la desfachatez de interponer su frágil humanidad ante el imparable progreso rodante de la Línea 3. El Sistema de Transporte Colectivo Metro, esa monumental catedral del traslado eficiente, se vio forzado a ejecutar una suspensión momentánea de su liturgia mecánica para lidiar con lo que los burócratas, en su jerga técnica, denominan un “incidente de interacción usuario-vía”.

El Sacrilegio en la Catedral de Acero

A través de sus púlpitos digitales, los sumos sacerdotes del subterráneo emitieron el siguiente comunicado: “Realizamos maniobras para rescatar a una persona que presuntamente se arrojó al paso del tren“. La palabra “maniobras” aquí es deliciosamente ambigua: ¿acaso se refieren a un complejo operativo de salvamento o simplemente al protocolo para remover un obstáculo que frena la puntualidad, ese dios moderno al que todos servimos?

La Máquina Vuelve a Rugir

En un abrir y cerrar de ojos, y con la celeridad que solo una crisis de productividad puede inspirar, la circulación fue restablecida. El sistema, cual organismo inmunológico, expulsó el patógeno de la contingencia humana y todas las estaciones volvieron a su servicio. El estado de salud del insurrecto que osó desafiar al coloso de acero es, por supuesto, un detalle irrelevante; lo fundamental es que los trenes, esas serpientes metálicas, reanudaron su hipnótico vaivén. El personal del STC y los servicios de emergencia cumplieron su rol de celadores, barriendo las pruebas del desorden emocional para que la gran obra de transportar masas no sufriera más que un breve e inconveniente parpadeo.

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