CIUDAD DE LOS MILAGROS POSTERGADOS. – En un acto de fe ferroviaria que desafía toda lógica terrenal, el Gobierno de la Cuarta Transformación ha revelado el último estadio de la modernidad: el Periodo de Pruebas Perpetuas. El majestuoso Tren México-Toluca “El Insurgente”, esa bestia mitológica de acero, se prepara para su gestación final de tres meses antes de alcanzar el mítico santuario de Observatorio, donde, según los augurios oficiales, alcanzará su plenitud operativa para enero de 2026, o quizá en el siguiente ciclo presidencial.
Este domingo, la Suma Sacerdotisa del Progreso, Claudia Sheinbaum, encabezó una peregrinación a bordo del convoy mesiánico desde el distrito financiero de Santa Fe –símbolo del capitalismo que este ferrocarril supuestamente desafía– hasta el umbral de Observatorio, en lo que los cronistas de la corte describieron como “un viaje hacia el futuro”, aunque los ciudadanos comunes lo llaman “el eterno ensayo de lo obvio”.
El Misterio de la Prueba Interminable
¿Qué ocurrió realmente? Ocurrió lo que siempre ocurre: el Gobierno de México ha descubierto que la obra pública no se mide por su funcionamiento, sino por la solemnidad de sus ceremonias de prueba. La presidenta, en su discurso epifánico, ensalzó las virtudes taumatúrgicas de este artefacto móvil que, en teoría, reducirá los tiempos de traslado, aunque por ahora solo ha conseguido alargar indefinidamente el tiempo de espera. Es la dialéctica revolucionaria: para acelerar el futuro, primero debemos desacelerar el presente.
La Teología de la Eficiencia Burocrática
Las autoridades, esos sumos pontífices de lo posible, han proclamado con grave solemnidad que el proceso de validación técnica es crucial para garantizar la seguridad ciudadana. Traducción: necesitamos tres meses más para decidir si las ruedas giran redondas y las puertas se abren hacia afuera. En el reino de la obra pública perfecta, la fase de pruebas no es el preludio del servicio, sino el servicio mismo elevado a categoría estética.
Las Bienaventuranzas de la Conectividad Futura
Las consecuencias de esta odisea ferroviaria, nos aseguran, serán apocalípticamente benéficas. El Insurgente promete no solo transportar pasajeros, sino transmutar la realidad misma: el caos vehicular se disolverá como por arte de magia, la conexión entre Toluca y la capital se volverá un éxtasis de eficiencia, y los ciudadanos, hasta ayer condenados al infierno del tráfico, ascenderán a la gloria de la movilidad sustentable. Mientras tanto, en el mundo real, los automovilistas atrapados en el periférico pueden contemplar cómo pasa el tren de las pruebas –vacío y puntual– rumbo a su cita con la historia que siempre está por llegar.
Este proyecto faraónico, nos recuerdan, es el epítome de los esfuerzos gubernamentales por modernizar el transporte. Y qué mejor modernidad que aquella que siempre está a punto de comenzar, ese futuro radiante que se nos presenta en forma de recorrido protocolario, de ceremonia mediática, de promesa que se autorenovará en el próximo informe de gobierno. El tren no llega, pero la esperanza –y los periodos de prueba– son eternos.













