En un acto de devota puntualidad que haría palidecer a los más escrupulosos relojeros suizos, los guardianes del líquido vital de la nación han abierto, con ceremonia casi litúrgica, las compuertas del gran templo acuático conocido como Presa El Cuchillo. Su misión: honrar el sagrado y bianual rito del Tributo Hídrico al Coloso del Norte. No es un simple flujo de agua, es la materialización de la fe en los dogmas bilaterales, una ofrenda de 150 millones de metros cúbicos de certidumbre diplomática.
Las autoridades municipales, en un arrebato de preocupación paternal, han alertado a la plebe para que se mantenga a respetuosa distancia del espectáculo. ¿Acaso temen que el ciudadano común, al ver la magnánima donación, sufra un ataque de gratitud internacional o, peor aún, comience a hacer preguntas incómodas sobre la aritmética de la sequía? Se nos asegura, con la tranquilizadora vaguedad de los oráculos modernos, que este éxodo programado de agua no afectará ni al sediento campesino ni al habitante urbano. Una casualidad afortunada, sin duda, que el líquido justo para saldar deudas externas brote milagrosamente sin tocar el consumo interno.
La Secretaría de Relaciones Exteriores, custodia de estos pactos ciclópeos, nos recuerda que todo se hace con la coordinación precisa de un ballet burocrático. Mientras, el río Bravo, ese viejo testigo de fronteras, se prepara para hinchar su caudal con el sudor de las presas mexicanas, transformando metros cúbicos en unidades de concordia transnacional. Los puentes internacionales, esos símbolos de unión, observarán cómo el nivel asciende hasta 1.3 metros, una metáfora perfecta de cómo los compromisos firmados en papel pueden traducirse en volúmenes tangibles que fluyen en una sola dirección.
Y así, con los protocolos de monitoreo activados y la población convenientemente alejada de las riberas —para su seguridad y para evitar miradas demasiado analíticas—, el gran teatro hidro-político sigue su curso. Se exhorta a la ciudadanía a mantenerse atenta a los avisos oficiales. ¿Acaso habrá algún boletín que explique cómo se negocia la lluvia, o se cotiza en bolsa la evaporación? En este brillante absurdo contemporáneo, la gestión de recursos se celebra como un triunfo cuando cumple calendarios diplomáticos, mientras se nos pide, con sonrisa serena, que contengamos la sed en nombre de la hermandad entre naciones. Un acto de fe donde el único milagro es que alguien aún crea que esta es la única agua posible.














