La representación anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo en la alcaldía Iztapalapa, en la Ciudad de México, ha recibido un reconocimiento de alcance mundial. Este 10 de diciembre de 2025, la UNESCO inscribió oficialmente esta manifestación en su Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, un estatus que valida su profundo valor cultural, social y comunitario, trascendiendo con creces su dimensión puramente religiosa.
Este acto colectivo, cuya primera representación documentada se remonta a 1843, es mucho más que una ceremonia de Semana Santa. Constituye un ejercicio vivo de memoria, un pilar fundamental de la identidad y un mecanismo de cohesión social para una comunidad que, desde hace casi dos siglos, revive la Pasión en sus propias calles. La declaratoria de la UNESCO no hace sino rubricar a nivel internacional lo que los habitantes de Iztapalapa han sabido y sostenido por generaciones: que se trata de una práctica cultural de excepcional riqueza y significado.
La celebración es un tejido social en movimiento. Involucra de manera orgánica a los ocho barrios originarios de Iztapalapa: San Lucas, San Pedro, San Miguel, San Pablo, San Ignacio, San José, La Asunción y Santa Bárbara. En ediciones recientes, la representación ha convocado a más de 1.4 millones de asistentes, llegando en algunos años a superar los dos millones de personas. La participación activa es masiva y endógena; se estima que hasta cinco mil personas originarias de la demarcación intervienen directamente como actores, nazarenos que cargan sus cruces, organizadores y voluntarios, en un despliegue comunitario sin parangón.
Los orígenes de esta tradición se anclan en una promesa colectiva frente a la adversidad. En 1833, una epidemia de cólera azotó la región. Los vecinos hicieron entonces un voto al “Señor de la Cuevita”: realizarían una procesión anual si la enfermedad cesaba. Cumplida la promesa tras el fin de la epidemia, la primera representación formal de la Pasión de Cristo se llevó a cabo una década después, en 1843. Desde ese momento, el conocimiento y la práctica se han transmitido ininterrumpidamente de generación en generación, sedimentándose como un símbolo poderoso de fe, identidad colectiva y memoria histórica para Iztapalapa.
Las autoridades celebraron la decisión de la UNESCO como un reconocimiento al esfuerzo comunitario. La alcaldesa de Iztapalapa, Aleida Alavez Ruiz, destacó la dedicación del comité organizador y de toda la comunidad en preservar una tradición bicentenaria. Desde el gobierno federal, encabezado por Claudia Sheinbaum Pardo, también se valoró la declaratoria como un justo reconocimiento a la riqueza cultural de esta manifestación popular.
Las implicaciones prácticas de este reconocimiento son significativas. En primer lugar, garantiza una visibilidad internacional sin precedentes para una de las tradiciones más emblemáticas de la capital mexicana, situándola en el mapa global del patrimonio vivo. En un plano simbólico y social, refuerza poderosamente la identidad cultural de Iztapalapa, reivindicando su valor más allá de estigmas urbanos o percepciones negativas, y visibilizando ante el mundo su legado de organización comunitaria, fe y memoria compartida. Finalmente, abre nuevas posibilidades y expectativas para la preservación meticulosa, la documentación histórica académica y la difusión ampliada de la manifestación. Este marco institucional global contribuirá a asegurar que las nuevas generaciones no solo conozcan, sino que continúen participando y enriqueciendo esta tradición viva, garantizando su perpetuación como un bien cultural de la humanidad que, paradójicamente, encuentra su máxima fuerza en lo profundamente local y comunitario.










