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El virtuoso de la austeridad republicana y su mansión en Tepoztlán

Un senador despliega un espectáculo magistral de victimización mientras exhibe su patrimonio, en un acto de equilibrismo retórico.

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En un arrebato de justa indignación, el Sumo Pontífice de la Austeridad Republicana, Gerardo Fernández Noroña, convocó a los siervos de la prensa para una lección magistral sobre humildad opulenta. Molesto porque el ojo del huracán no se posaba sobre las inexistentes posesiones de sus rivales políticos, el estadista despotricó contra esos mezquinos medios de comunicación que osaron exhibir su modesta choza en Tepoztlán, valuada en un puñado de millones de pesos, fruto del sudor de su frente y de los generosos ingresos de YouTube.

Con la elegancia de un toro en una cacharrería, el legislador morenista desplegó un espectáculo de victimización virtuosa. Mostró, con el fervor de un inquisidor, las declaraciones patrimoniales de sus némesis: Alejandro Moreno, Jorge Romero y otros prohombres de la oposición, quienes, en un acto de pobreza franciscana, declararon no poseer ni un techo bajo el que guarecerse. ¡Qué ejemplo de desprendimiento terrenal!

Sin embargo, la turba de reporteros, en su impertinencia, se atrevió a preguntar por los detalles de su propio edén morelense. La molestia del senador fue tan palpable como el mármol de los pisos de su nueva residencia. “La prensa ha determinado jugar un papel de oposición”, declaró, acusándolos de mentirosos e intrigantes, como si esperara que los cronistas se dedicaran a escribir sonetos en su honor en lugar de hacer preguntas incómodas.

Ante las solicitudes de información sobre la ubicación exacta del inmueble o los pormenores del crédito hipotecario, el maestro de la dialéctica esgrimió su defensa perfecta: la negativa. “Mientras más información les doy, más golpeteo”, arguyó, en una lógica tan aplastante como inescrutable. ¿Para qué alimentar con datos a quienes solo buscan maledicencia? Mejor guardarlos para sus vídeo charlas, donde su público, sin duda, aprecia la finura de sus argumentos sin la molestia de contextos incómodos.

En un giro doctrinal que hubiera enorgullecido a los más grandes teólogos de la conveniencia, el presidente del Senado hizo una revelación teológica: la austeridad republicana no debe confundirse con la austeridad personal. La primera es un mandato sagrado para el erario público; la segunda, un voto opcional de pobreza al que, bendito sea, él no está obligado. La virtud, nos enseñó, se mide por la congruencia entre los ingresos y las propiedades. Y si sus ingresos, provenientes de la Cámara Alta y de su canal de videos, le permiten sufragar una mansión, ¿dónde está el problema? ¿Acaso alguien puede demostrar que sus entradas son inferiores a sus gastos? Claro que no. Esa es la belleza de un sistema donde la transparencia es una virtud que se predica, pero no necesariamente se practica.

Así concluyó su conferencia, no sin antes lanzar una última perla de sabiduría: la próxima vez, lo dirá en su vídeo charla. Porque, al fin y al cabo, da lo mismo. Un final apropiado para un maestro de la sátira involuntaria, que nos recuerda que en el reino de la política, la coherencia es often el primer sacrificio en el altar de la conveniencia.

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