Explosiones y balaceras dejan siete muertos en Sinaloa
Una nueva espiral de violencia se desató de forma simultánea en los municipios de Culiacán y Navolato, cobrando la vida de siete personas en una serie de ataques que parecen seguir un patrón coordinado. La investigación revela que dos de las víctimas fatales eran hermanos, Javier y Edgar “N”, quienes fueron sorprendidos en su taller eléctrico automotriz por un comando que empleó disparos de alto poder y, de manera inusitada, artefactos explosivos. Un tercer hermano, Emanuel “N”, sobrevivió al atentado pero resultó gravemente herido.
Las autoridades de seguridad se vieron obligadas a emitir una alerta inusual a la población, recomendando no circular por la colonia Tierra y Libertad, en la sindicatura de Villa Juárez, Navolato. ¿Qué nivel de peligro justifica una advertencia de esta naturaleza? Testimonios de vecinos, recabados por este medio, describen una escena de caos: hombres fuertemente armados descendiendo de vehículos para disparar contra el taller antes de lanzar los explosivos. Este modus operandi, que combina la agresión directa con la destrucción del lugar, plantea una pregunta incómoda: ¿se trataba de un simple ajuste de cuentas o de un mensaje de intimidación para la comunidad?
La cadena de violencia no se detuvo allí. Mientras los servicios de emergencia atendían la escena del ataque a los hermanos, otros crímenes se sucedían en Culiacán con una precisión escalofriante. En el interior de una vivienda de la calle Copey, Carlos Rubén “N”, de 24 años, fue ejecutado con múltiples disparos mientras se encontraba en el patio. Casi de forma paralela, en el fraccionamiento Infonavit Cañadas, Carlos Adán “N”, de 27 años, fue atacado a balazos por los ocupantes de una motocicleta en el momento en que descendía de su vehículo.
Pero la evidencia más contundente de una jornada planificada se encontró cerca de una cancha deportiva de pasto sintético, en el mismo fraccionamiento. Allí, los ocupantes de motocicletas —un patrón que se repite— dispararon contra dos hombres que conversaban plácidamente, acabando con sus vidas al instante. Los cuerpos, cuyas identidades permanecen en el anonimato, fueron certificados sin signos vitales por elementos de la Policía Estatal Preventiva y del Ejército, quienes acudieron a dar fe de los hechos.
Para cerrar este sombrío panorama, en la céntrica calle Rafael Buelna Tenorio de la capital estatal, fue hallado el cuerpo de un hombre sin identificar, el cual presentaba signos de golpes e impactos de bala. El personal de la Cruz Roja que intentó auxiliarlo solo pudo constatar su deceso.
Al conectar los puntos de esta sangrienta jornada, surge una narrativa que va más allá de la casualidad. La simultaneidad de los ataques, el uso de motocicletas como vehículo de escape y la selección de víctimas en distintos puntos de la ciudad no parecen hechos aislados. La conclusión de esta investigación apunta a una escalada deliberada del terror, una demostración de fuerza que deja al descubierto la fragilidad de la paz en la región y plantea un interrogante crucial para las autoridades: ¿están preparadas para contener una nueva ola de violencia que parece no conocer límites?













