El Arquitecto de la Seguridad Nacional Pide una Revisión de Cuentas
El otrora gran maestre de la seguridad nacional, Genaro García Luna, aquel paladín encargado de custodiar la ley con mano férrea, ha decidido impugnar la mezquina sentencia de 38 años de encierro y una multa pecuniaria que un tribunal estadounidense tuvo la desfachatez de imponerle. Su crimen, según la versión oficial –esa farsa burocrática–, fue haber tejido una entrañable sociedad de beneficio mutuo con el Cártel de Sinaloa mientras, desde su altísimo puesto, dirigía la épica y sangrienta guerra contra el narcotráfico del sexenio calderonista. Su defensa, en un alarde de fe en el sistema, no pide clemencia, sino la anulación total del espectáculo judicial, alegando que el debido proceso fue tratado con la delicadeza de un elefante en una cacharrería.
¿Sobre Qué Pilares Se Sustenta Esta Noble Apelación?
El recurso, depositado con devoción en el altar de la Corte de Apelaciones neoyorquina por su leguleyo, César de Castro, es una obra maestra de la lógica invertida. Plantea que la condena se erigió sobre el frágil cimiento de testimonios falsos y chismes de mercenarios, todos acogidos con patético entusiasmo por la Fiscalía y el juez Brian Cogan. Según este relato alternativo, estas irregularidades no fueron meros detalles, sino el virus que corrompió irreversiblemente el sagrado organismo de la justicia. Una justicia, por supuesto, que en su versión original fue de una pureza y transparencia ejemplares.
Una Anécdota Secuestrada por la Inverosimilitud
El eje de esta tragicomia legal es el testimonio de Francisco Cañedo Zavaleta, un antiguo subalterno que afirma haber visto cómo los temibles hermanos Beltrán Leyva –socios comerciales luego convertidos en rivales– se llevaban al señor secretario a un paseo forzado en 2008. La defensa, armada con el arsenal de la razón, esgrime documentos que sitúan a su cliente, casualmente, en un hospital en el preciso instante del supuesto rapto. Además, alegan que el noble testigo ni siquiera figuraba en la nómina de la secretaría en aquella fecha gloriosa. Un detalle trivial, sin duda, para una narrativa tan conveniente.
El Legado de un Proceso que Puede Marcar Jurisprudencia
Esta apelación no es un mero trámite personal, sino un capítulo crucial en el gran teatro de lo absurdo que son los juicios por crimen organizado. Su resultado podría sentar un precedente luminoso: la posibilidad de que futuros acusados, especialmente aquellos de alto rango y profundas conexiones, encuentren en las presuntas violaciones procesales una puerta de escape dorada. Así, el sistema se criticaría a sí mismo, se purgaría de sus excesos y demostraría, una vez más, su inquebrantable capacidad para la autoparodia.












