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Nacional

Guerrero sepulta a un subsecretario en medio de la impunidad

Un segundo alto funcionario es víctima de la violencia en la entidad, revelando la frágil seguridad para la clase política.

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La tierra de Guerrero recibe una vez más a uno de los suyos, no en un acto de paz, sino como testimonio mudo de una guerra silenciosa que devora a sus líderes. El entierro de Hossein Nabor Guillén, subsecretario de Bienestar, no es solo un duelo; es una radiografía cruda de un sistema fracturado donde la política y el crimen organizado dibujan un mapa de sombras y complicidades.

Imaginen un territorio donde la línea entre el poder legítimo y el ilegítimo se desdibuja hasta volverse invisible. ¿Qué sucede cuando un funcionario público aparece en un video fraternizando con el presunto líder de una organización criminal, Celso Ortega Jiménez de Los Ardillos, y no hay investigación alguna? No es una anomalía; es el síntoma de un ecosistema corrupto que normaliza lo impensable.

El asesinato de Nabor Guillén es el segundo de un subsecretario en el gobierno actual, repitiendo el patrón de Benjamín Adame Pereyra. La respuesta oficial: negar amenazas previas y rechazar protección adicional para el resto del gabinete. Esta no es negligencia; es una peligrosa ilusión de normalidad. El comandante militar sugiere que la delincuencia actúa donde la vigilancia flaquea, pero la pregunta disruptiva es: ¿y si la vigilancia flaquea adrede?

Pensemos lateralmente: ¿y si estos crímenes no son solo actos de violencia, sino mensajes en un código perverso? Mensajes que delinean territorios, marcan lealtades y reconfiguran el poder real, muy por encima de las estructuras formales del estado. El crimen organizado no solo aprovecha los vacíos de poder; los crea, los patrocana y a veces, incluso, los gobierna.

La trayectoria de Nabor Guillén es un laberinto de puertas giratorias entre cargos públicos, candidaturas y grupos políticos entrelazados con familias de dudoso linaje. Su reintegro al gobierno después del escándalo del video señala una audacia perturbadora, una desafío a la convención de que la apariencia de decoro importa. Aquí, ya no importa.

La innovación disruptiva para Guerrero no yace en más armas o soldados. Yace en la transparencia radical. En exhumar las conexiones, en hacer un mapa público de los vínculos entre el poder político, económico y criminal. La solución es una limpieza no con balas, sino con datos, con luz, con una ciudadanía armada de información que ya no tolere los abrazos entre funcionarios y narcos.

El verdadero homenaje a Hossein Nabor Guillén no será otra misa o discurso. Será un sistema que garantice que su muerte no sea solo otra estadística en la larga lista de la impunidad mexicana, sino el parteaguas que obligue a Guerrero a mirarse en el espejo y, finalmente, romperlo.

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