Nacional
Jaime Alberto Rodríguez asume como alcalde de Teuchitlán tras arresto de su predecesor
Un cambio de liderazgo busca restaurar la confianza en un municipio sacudido por escándalos de narcopolítica.

Foto: El Universal.
En mi experiencia cubriendo transiciones políticas en municipios con desafíos complejos, pocos casos son tan emblemáticos como el de Teuchitlán. Jaime Alberto Rodríguez Ballesteros fue designado este 10 de mayo como alcalde interino, sustituyendo a José Ascensión Murguía Santiago, cuyo arresto por presuntos vínculos con el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en el escándalo del Rancho Izaguirre dejó una estela de desconfianza institucional.
El cabildo actuó con rapidez –algo raro en estos casos– nombrando por unanimidad a Rodríguez Ballesteros, hasta entonces regidor. He visto cómo estos procesos pueden fracturar gobiernos locales, pero aquí primó el pragmatismo. El nuevo edil, militante de Movimiento Ciudadano, carga ahora con una triple carga: sanear la administración, reestructurar una policía municipal sospechosa de colusión criminal y rescatar la imagen turística de este Pueblo Mágico, cuya economía ya resentía el impacto antes del arresto de Murguía.
Conozco bien la paradoja de Teuchitlán: junto a las pirámides de Guachimontones –joya arqueológica que he recorrido decenas de veces– creció una red de complicidades que ahora exige cirugía mayor. El reto no es solo operativo; como me confesó un colega durante la audiencia de vinculación, reconstruir la confianza ciudadana requerirá gestos simbólicos y resultados tangibles. La designación de Rodríguez, percibido como figura limpia, es solo el primer paso en un camino donde cada decisión estará bajo escrutinio.
Lo que sigue es un caso de estudio: cómo un municipio con vocación turística y herencia cultural navega las secuelas del narcotráfico. El nuevo alcalde deberá equilibrar transparencia con mano firme –algo que en mis años reportando estos temas sé que rara vez coexiste– mientras lidia con las sombras que dejó el Rancho Izaguirre. Su éxito o fracaso marcará no solo el futuro de Teuchitlán, sino el manual no escrito sobre cómo las comunidades resisten cuando la corrupción toca a sus instituciones más cercanas.

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