Tras décadas de labor en los pasillos del Hospital Civil de Guadalajara, he sido testigo de una realidad persistente y dolorosa: el embarazo adolescente no es solo una estadística, es una crisis que trunca proyectos de vida. La fría cifra que posiciona a Jalisco en el quinto lugar nacional, con más de 3,300 casos el año pasado, adquiere un rostro humano en cada consulta. Recuerdo la mirada de una joven de 15 años, aún con su uniforme escolar, preguntándose cómo podría criar a un hijo cuando ella misma aún necesita guidance. Esa es la esencia del problema.
La experiencia nos ha enseñado que la mera distribución de métodos anticonceptivos es insuficiente. Como bien señala la colega Michelle Ramírez, la raíz está en la falta de una educación integral en sexualidad desde la primaria. He visto cómo los programas que involucran a las familias y rompen tabús en las aulas logran un impacto real. La lección más clara es que si el diálogo no comienza en casa, las consecuencias llegan a nuestras salas de urgencias.
Los números del propio hospital son elocuentes: 201 consultas de control prenatal, 105 cesáreas, 151 partos y 406 atenciones psicológicas solo en una institución. Pero el dato más crudo, el que nos quita el sueño a los que estamos al frente, son las ocho pacientes menores de 12 años atendidas este 2025. Cada uno de estos casos suele estar entrelazado con violencia, una sombra que agrava aún más la situación. La violencia en el noviazgo se ha normalizado de manera alarmante entre los jóvenes, y es un predictor que ya no podemos ignorar.
La Dra. Romo Huerta tiene toda la razón al enfatizar los riesgos físicos. El organismo de una adolescente simplemente no está preparado para un embarazo sin graves consecuencias. He atendido complicaciones como preeclampsia y partos prematuros que podrían haberse evitado. La trágica muerte materna reportada este año en una paciente joven es un recordatorio sombrío de que estamos jugando con vidas. La prevención no es una opción, es una obligación ética para garantizar el bienestar tanto de la madre como del futuro bebé.
La solución, he aprendido, no reside en un solo frente. Requiere una estrategia multisectorial que combine educación accesible, acceso real a servicios de salud amigables para jóvenes y, crucialmente, un apoyo psicológico continuo. Las 256 pacientes que reportaron haber vivido violencia en el Nuevo Hospital Civil no necesitan solo un control prenatal; necesitan herramientas para reconstruir su autoestima y autonomía. La verdadera prevención empieza por empoderar a nuestras adolescentes para que tomen decisiones informadas sobre sus cuerpos y sus vidas, mucho antes de que lleguen a nuestra puerta.
Las cifras globales y nacionales son abrumadoras: 21 millones de embarazos adolescentes en el mundo, 56,610 en México. Pero detrás de cada número hay una historia, un potencial interrumpido. Nuestra tarea, como sociedad, es convertir estas lecciones aprendidas en una acción concertada y compasiva que proteja el futuro de nuestra juventud.