Joven motociclista fallece en trágico accidente en Avenida Lincoln

En mis años cubriendo incidentes viales, pocas imágenes son tan desgarradoras como ver a una familia desmoronarse ante lo irreparable. Esta madrugada, Eduardo Mota Pérez, un trabajador de 28 años de una embotelladora, perdió la vida al chocar contra un semáforo en Avenida Lincoln, García. La escena —la moto en llamas, el casco intacto pero inútil— confirma lo que siempre digo: la velocidad y la fatiga son enemigos silenciosos.

Testigos relataron que, pese a llevar su equipo de protección, el joven perdió el control en el cruce con Bicentenario. “El impacto fue tan fuerte que salió despedido como un muñeco de trapo”, me compartió un vecino mientras señalaba los restos de la motocicleta. Los paramédicos, con esa mezcla de urgencia y resignación que conozco bien, intentaron reanimarlo, pero las lesiones internas fueron letales.

Lo más doloroso llegó después: la esposa de Eduardo llegó al lugar, rompiendo el cordón policial entre gritos. He visto esto demasiadas veces —el instante en que la realidad supera al miedo—. Mientras los agentes de Tránsito delimitaban la zona, los bomberos apagaban las llamas con esa eficacia fría que solo da la experiencia.

Este caso, como otros que he documentado, revela patrones: carreteras mal iluminadas, horarios nocturnos de alto riesgo y la falsa seguridad del casco cuando la velocidad es excesiva. La lección es clara: ni el equipo ni la juventud garantizan nada si no hay precaución. Eduardo se iba a casa tras su turno; ahora, su familia planifica un funeral.