La alcaldesa que quiso vender a los santos revolucionarios al mejor postor
En un giro digno de una tragicomedia neoliberal, la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega, ha decidido que las esculturas de Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro —esos mártires de la revolución que murieron sin saber lo caro que cotizarían sus efigies en el mercado del fetichismo ideológico— deben ser subastadas al mejor postor. “Que los paguen sus devotos”, proclamó, como si estuviera vendiendo reliquias en un bazar posmoderno.
Con la solemnidad de un predicador evangélico vendiendo indulgencias, Rojo de la Vega argumentó que el espacio público no es un altar para santos contradictorios: “¿Por qué honrar a quienes hablaban de igualdad mientras vivían en mansiones custodiadas por escoltas? ¿O a los que defendían la libertad… a punta de fusil?”. La ironía, por supuesto, se pierde en el mismo sistema que ahora busca monetizar su memoria.
La propuesta, tan pragmática como cínica, incluye destinar los fondos a reparar banquetas, como si con eso se lavara el pecado original de haber gastado dinero público en comprar esas estatuas con fondos destinados a maquinaria. ¡Qué mejor homenaje al legado revolucionario que convertirlas en adoquines!
Mientras tanto, la comunidad cubana en México —esa que sigue venerando a sus caudillos como si el tiempo se hubiera detenido en 1959— amenaza con manifestarse. La alcaldía, previsiblemente, ya pidió protección policial, porque nada une más a un gobierno con su pueblo que el miedo a su propia historia.
Y como en toda farsa burocrática que se precie, Clara Brugada, jefa de Gobierno, interviene para “rescatar” las esculturas y reinstalarlas en otro sitio. Porque en este país, hasta los símbolos de la rebeldía terminan siendo reubicados por decreto.
Así, entre subastas capitalistas y nostalgias revolucionarias, México demuestra una vez más que puede burlarse de todo, incluso de sí mismo. ¿El próximo paso? Vender el Zócalo en eBay y declarar la independencia de la cordura.