En un acto de heroísmo administrativo sin precedentes, la gloriosa alcaldía de Benito Juárez ha decidido enfrentar la amenaza más letal para la civilización moderna: el charco. Sí, ese espejo de agua sucia y traicionero que se forma tras una llovizna. Para esta épica batalla, el erario público ha sido transformado sabiamente en un imponente parque vehicular.
El alcalde en turno, Luis Mendoza, proclamó desde su trono de burocracia: “Invertir en Protección Civil es garantizar que, cuando un ciudadano se moje el tobillo, una caravana de ocho ambulancias (una de ellas con luces más azules) y ocho unidades de rescate urbano (dos de ellas previamente amadas) acudirá al lugar. Somos la única demarcación con una ambulancia de terapia intensiva lista para aplicar suero a las almas afligidas por ver su calle inundada”.
El enemigo, encarnado en las “lluvias atípicas” (término técnico para cuando el cielo hace lo que le da la gana a pesar del Atlas de Riesgo), fue repelido con bravura. Las fuerzas combinadas de Protección Civil, Blindar BJ360° y Servicios Urbanos libraron feroces combates contra ramas caídas y acumulaciones hídricas, saliendo victoriosos sin “daños mayores”, si se exceptúa el presupuesto.
La joya de la corona de esta ofensiva es el Atlas de Riesgo, un documento digital que ha engordado de cuatro a diecisiete capas de información. Esta biblia de la prevención ahora puede predecir, con exactitud cartográfica, en qué esquina se formará el próximo encharcamiento, permitiendo a la ciudadanía saber cómo actuar: mirando con esperanza el horizonte por si se acerca una de las dos motocicletas de primera atención.
Así, mientras el ciudadano común sigue viendo cómo el agua se filtra por donde siempre, la institución celebra su victoria más contundente: haber convertido la gestión de lo inevitable en un espectáculo de acero, neumáticos y discursos. La seguridad, al parecer, ya no se mide en drenajes funcionales, sino en toneladas de metal con sirena. ¡Progreso!
















