La Armada Bicentenaria navega en un mar de retórica inflada
En el sagrado puerto de la Retórica Oficial, donde las palabras navegan con bandera de gala pero sin timón que las dirija, el Gran Almirante de las Frases Hechas, Raymundo Pedro Morales Ángeles, ha vuelto a izar las velas del Compromiso Refrendado para anunciar, con la solemnidad de quien descubre el agua mojada, que la institución a su cargo protegerá la soberanía. Una noticia que ha conmocionado a las olas, quienes jamás lo hubieran sospechado.
“Siempre estamos prestos para ganar el barlovento“, proclamó el almirante, en una audaz maniobra lingüística que dejó a los presentes preguntándose si se refería a una batalla naval o a un concurso de terminología náutica obsoleta. Queda claro que en la Armada de las y los mexicanos, ganar la batalla del lugar común es la victoria más preciada.
El Bicentenario, o el arte de celebrar lo que aún existe
Ante la mirada aprobatoria de la Comandanta Suprema, Claudia Sheinbaum Pardo, se explicó la profunda importancia de conmemorar dos siglos de existencia. “Celebrar un aniversario siempre es motivo de orgullo”, declaró el almirante, iluminando con su perspicacia a la audiencia, “pero celebrar un bicentenario es un momento irrepetible”. Una verdad de Perogrullo que, sin duda, requería de un acto protocolario y un discurso de veinte minutos para ser revelada.
El climax de la ceremonia llegó con la épica saga del Buque Escuela Cuauhtémoc, presentado no como un barco, sino como una alegoría flotante de la resiliencia nacional. Tras su accidente en Nueva York, el buque no fue reparado simplemente por astilleros; no, eso sería terrenal. Fue traído de vuelta por “el mar, los vientos, las maniobras de su tripulación y el enorme cariño del pueblo mexicano”. Una combinación de fuerzas naturales y afectivas que, al parecer, resulta más eficaz que cualquier dique seco.
El Cuauhtémoc, metáfora de un patriotismo a prueba de realidad
Se nos quiso hacer creer que el temple de los jóvenes cadetes a bordo simboliza “la herencia de un patriotismo en la mar, a prueba de todo”. Un patriotismo tan resistente que es capaz de navegar indemne a través de los mares de la austeridad presupuestal, la corrupción endémica y la desconexión burocrática. ¡Qué fortuna que el legado de los próceres se mantenga tan intacto como el barniz de un buque museo!
El broche de oro lo puso la consagración de la Comandanta Suprema como la primera mujer en dos siglos al frente de una institución que, “al igual que usted, lo da todo por la Patria”. Una comparación tan conmovedora como vacía, que equipara el liderazgo político con una institución castrense en un abrazo retórico donde la sustancia es el último pasajero en subir al bote salvavidas.
Así, entre refrendos de compromisos eternos y barcos que regresan impulsados por el cariño popular, la Armada Bicentenaria sigue navegando en el pacífico océano de la autocomplacencia, donde la única tormenta a temer es la que podría disipar la niebla de las palabras grandilocuentes.















