La Armada expande su dominio con una nueva ley orgánica
En un acto de sofisticada prestidigitación legislativa, los augustos miembros de la Comisión de Marina han descubierto la fórmula mágica para transformar marineros en administradores portuarios, almirantes en ministros y buques de guerra en oficinas flotantes. Con majestuosa solemnidad, han dado luz verde a la iniciativa presidencial para crear una nueva Ley Orgánica de la Armada de México, porque aparentemente la anterior carecía de suficientes artículos sobre protección aeroportuaria y ciberdefensa.
El espectáculo democrático se desarrolló con la previsible coreografía: 14 votos a favor que celebraban la “modernización” frente a 4 votos en contra que osaron mencionar la incómoda palabra “militarización”. Los disidentes, provenientes de partidos que en su época también disfrutaron de jugar con soldaditos de plomo, ahora descubren súbitas convicciones civiles cuando les toca estar del otro lado del espejo.
El presidente de la Comisión, en un alarde de oratoria burocrática, explicó que se trata de “armonizar atribuciones legales con las tareas encomendadas”, lo que en lenguaje mortal significa: convertir a la Marina en una navaja suiza institucional capaz de hacer de todo, desde perseguir narcos hasta revisar maletas en el aeropuerto.
La oposición, en un raro ataque de lucidez, señaló el pequeño detalle presupuestal: ¿Cómo se crean jefaturas de operaciones navales, unidades de ciberdefensa y brigadas aeroportuarias sin dinero adicional? La respuesta oficial parece ser: con magia institucional y buenos deseos, o quizás recortando algo de educación y salud, esos lujos prescindibles de un Estado moderno.
Lo más hilarante del teatro legislativo fue la defensa del proyecto basada en que “la Marina siempre ha ayudado en desastres naturales”. Por esta lógica impecable, deberíamos darle a los bomberos capacidad de declarar guerras, puesto que también apagan incendios. La nueva Armada del siglo XXI será así una institución omnisciente: igual reparte despensas que vigila cielos, protege costas que administra aeropuertos, todo sin aumentar su presupuesto, como esos trucos de magia donde el conejo sale del sombrero vacío.
El gran acto final de esta comedia política será la votación en el pleno, donde seguramente se consumará esta metamorfosis institucional que convierte a las fuerzas navales en una suerte de ejército multitasking, preparado para cualquier contingencia excepto, quizás, para cuestionar por qué un país civilizado necesita tan desesperadamente militarizar hasta el último rincón de su vida pública.