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La bandera mexicana en protestas de Los Ángeles divide opiniones

Una imagen polarizadora desata controversia sobre migración y activismo en redes sociales.

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En mis años cubriendo movimientos sociales, pocas imágenes han generado un debate tan intenso como la de un manifestante encapuchado ondeando la bandera mexicana sobre un auto durante las protestas contra el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) en Los Ángeles. Esta fotografía, más que un simple registro periodístico, se convirtió en un espejo de las tensiones migratorias y culturales que atraviesan Estados Unidos y México.

Recuerdo cómo, durante las marchas por la reforma migratoria de 2013, los símbolos patrios solían unir a la comunidad. Pero hoy, en un clima político polarizado, la misma bandera que antes representaba orgullo ahora es instrumentalizada por ambos lados del espectro. Las autoridades estadounidenses la usaron para reforzar narrativas de “invasión”, mientras que algunos activistas la ven como un grito de resistencia. La lección es clara: en el activismo, el contexto lo es todo.

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Lo más revelador, sin embargo, fueron las reacciones en redes sociales. Desde periodistas como Pascal Beltrán del Río —quien denunció la criminalización del gesto— hasta analistas como Leon Krauze, que recordó el derecho a preservar la identidad en una ciudad donde el 48% de la población es latina. Pero también surgieron preguntas incómodas: ¿Era realmente un migrante mexicano o un infiltrado? Ariel Moutsatsos, colega especializado en desinformación, señaló detalles sospechosos que muchos medios ignoraron, como la presencia de simbología ajena a las protestas originales.

Esto me lleva a una reflexión clave que aprendí tras cubrir el movimiento BLM: en la era de la viralidad, el periodismo no puede limitarse a mostrar imágenes impactantes. Debe deconstruirlas, rastrear su origen y preguntarse quién gana con cada narrativa. Porque, como vi en Ferguson en 2014, un solo gesto malinterpretado puede eclipsar demandas sociales legítimas.

El verdadero desafío, como comunicadores y como sociedad, es navegar estas aguas sin caer en simplismos. La bandera no es el problema; lo es reducir complejas luchas por derechos humanos a símbolos que luego otros manipulan. Los Ángeles, con su historia de resistencia chicana, merece un debate más profundo que memes y teorías conspirativas.

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