El Ministerio de la Inacción Específica
En un alarde de eficiencia burocrática que dejaría en ridículo a Kafka, la Brigada de Vigilancia Animal de la Secretaría de Seguridad Ciudadana ha perfeccionado el arte de la no-intervención proactiva. Este selecto cuerpo de funcionarios, expertos en la doctrina del “ya casi llegamos”, ha elevado la negligencia a forma de arte performático, donde los animales rescatados existen únicamente en los comunicados de prensa y las fotografías de archivo.
Los ciudadanos, pobres ingenuos imbuidos en la arcaica creencia de que las instituciones sirven para algo, se obstinan en reportar crímenes contra la fauna. Llaman, envían evidencias gráficas y hasta coordenadas GPS, sin comprender que están interrumpiendo el meticuloso proceso de simulación en el que la Brigada es experta. “Es un problema de expectativas”, explicaría un teórico del absurdo. “Los ciudadanos esperan acción, mientras que la Brigada ofrece una representación teatral de la acción, mucho más sofisticada y con un presupuesto mejor gestionado para gastos de representación.”
La joya de la corona de este ministerio de los espejismos son los ya legendarios operativos fantasma. Estos rescates, tan etéreos como eficaces, se ejecutan con una precisión tal que no dejan rastro físico: ni animales trasladados, ni jaulas movidas, ni siquiera una huella de neumático en el fango. Son actos de pura fe administrativa, donde el informe final es la única realidad que importa. El ciudadano que espere ver un vehículo oficial está confundiendo la gestión pública con algo que ocurre en el mundo material, un error garrafal.
El Mercado de Sonora se ha erigido, por su parte, en el santuario incontestable de esta política de la no-acción. Mientras las autoridades celebran su compromiso con el bienestar animal, en sus pasillos se libra una feria zoológica del horror donde el tráfico ilegal y el hacinamiento son tan visibles como la nariz de un payaso. Es el triunfo de la esquizofrenia institucional: un mundo de papeles y denuncias archivadas que coexiste, sin rubor, con un mundo de hechos donde la crueldad campa a sus anchas. La Brigada no mira hacia otro lado; simplemente ha creado un lado alternativo donde ellos siempre son los héroes, aunque sea en una realidad paralela y mucho más confortable.
En definitiva, nos encontramos ante un caso de estudio de realismo mágico burocrático. ¿Para qué molestar en salvar animales reales, sucios y quejicosos, cuando puedes fabricar rescates digitales, limpios y perfectos, que caben en un tuit y en un informe de labores? La verdadera misión no es proteger a las bestias, sino proteger a la institución de la incómoda tarea de tener que hacer algo. Y en eso, son unos auténticos campeones.