En un acto de eficiencia macabra que dejaría pálido al mismo Kafka, el monumental engranaje burocrático de la metrópoli ha logrado, por fin, una hazaña contable: elevar oficialmente a quince el número de almas trituradas por la negligencia institucional. La explosión de una pipa de gas, un espectáculo pirotécnico no autorizado pero espontáneamente ofrecido a los residentes de Iztapalapa el pasado agosto, ha rendido su fruto más preciado: una víctima adicional que perfecciona la estadística.
La Secretaría de Salud, ese faro de compasión administrativa, no se limitó a anunciar el deceso. Lo hizo, cómo no, mediante una ‘tarjeta informativa’, un documento tan lleno de calor humano como un manual de contabilidad. La persona, que tuvo la desfachatez de fallecer en el hospital “Dr. Victorio de la Fuente Narváez” (alias ‘Magdalena de las Salinas’, un nombre que evoca más un resort que un nosocomio), cometió el pecado capital de la modernidad: morir en el anonimato. No tuvo la consideración de llevar encima un árbol genealógico para facilitar el papeleo post mortem.
La dependencia, en un alarde de sensibilidad que sólo puede nacer de un manual de relaciones públicas, expresó su ‘solidaridad’ con las víctimas, un sentimiento tan genuino como el gas que estalló. Prometieron seguir trabajando con ‘compromiso’, un término que aquí se traduce en esperar a que el siguiente ciudadano sin nombre complete el trámite final para engrosar, quizás, una decimosexta línea en su excel de calamidades. El circo de los horrores continúa, y los payasos siguen redactando comunicados.