La burocracia cuenta cadáveres mientras la naturaleza arrasa

En un espectacular despliegue de eficiencia post-mortem, la siempre vigilante Coordinación Nacional de Protección Civil ha anunciado con precisión burocrática que el diluvio universal en miniatura que azota cinco estados de la república ha dejado el cómodo redondeo de 41 ciudadanos convertidos en estadística. Las aguas, demostrando una imparcialidad admirable, se han encargado de redistribuir democráticamente los fallecidos: 15 en Veracruz, 9 en Puebla, 16 en Hidalgo y uno en Querétaro, como si se tratara de una macabra lotería geográfica.

Mientras los ríos usurpan calles y las casas se convierten en acuarios improvisados, el verdadero heroísmo reside en las oficinas donde se redactan comunicados que detallan con frialdad numérica la magnitud de la catástrofe. La naturaleza, ese viejo tirano impredecible, insiste en llover sobre mojado, desafiando los planes de desarrollo urbano que consideraron los cauces de ríos como excelentes lugares para construir viviendas populares.

Como bonus track de esta tragedia griega moderna, un elenco de 27 actores protagoniza el drama de la desaparición, obligando a las autoridades a realizar esa incómoda transición de contar cadáveres a buscar supervivientes. Las labores de búsqueda proceden con el ritmo pausado que caracteriza a lo urgente cuando se convierte en rutina, mientras las familias reciben ese consuelo abstracto llamado “acompañamiento”, el sucedáneo emocional que el Estado ofrece cuando no puede devolver la vida.

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