En un alarde de sensibilidad burocrática que hubiera enorgullecido al Ministerio de la Verdad orwelliano, la máxima autoridad en Derechos Humanos del Instituto Mexicano del Seguro Social, la ciudadana Marcela Velázquez Bolio, ha emitido una proclama para retractarse de su magistral clasificación zoológica. Resulta que, en un arrebato de taxonomía creativa, la funcionaria se refirió a los niños con cáncer y discapacidad como “macro fauna carismática”, un término que, admitámoslo, suena más apropiado para describir osos pandas en un documental de la BBC que para seres humanos en situación de vulnerabilidad extrema.
En su misiva de contrición, Velázquez Bolio arguyó que sus elocuentes expresiones fueron arrancadas vilmente de su contexto natural: una reunión de trabajo donde, al parecer, se habla con total normalidad de seres humanos como si fueran especímenes de un safari patrocinado por el Estado. La grabación, realizada el pasado 25 de junio, nos transporta a ese universo paralelo donde la burocracia ha reemplazado a la empatía, y donde la jerga técnica sirve para despojar de humanidad a quienes más la necesitan.
La funcionaria, en un ejercicio de equilibrismo semántico digno de un malabarista en una corte decadente, trató de explicar que su objetivo era, nada más y nada menos, que “sensibilizar” a su equipo. Porque, como todo el mundo sabe, no hay mejor manera de conmoverse con el dolor ajeno que comparando a los niños que luchan por su vida con atractivos animales que recaudan donativos. Una lógica impecable, sin duda.
Este episodio no es más que el síntoma de una enfermedad terminal que aqueja a la maquinaria estatal: la capacidad de reducir la miseria humana a un concepto de manual, de embalsamar el sufrimiento en jerga institucional y de pedir disculpas no por el fondo deshumanizante del comentario, sino por el “error de comunicación” que supone que las grabaciones se filtren. El verdadero escándalo, nos hacen creer, no es la cosificación de los enfermos, sino que el público haya tenido el atrevimiento de escucharlo.
Así opera el nuevo lenguaje del poder: primero despoja de humanidad a los vulnerables, luego se disculpa por la forma, nunca por el fondo, y finalmente sigue adelante con la farsa de que un cambio de terminología equivale a un cambio de realidad. Mientras tanto, la verdadera “macro fauna carismática” –esos burócratas bien alimentados que inventan eufemismos– sigue campando a sus anchas por los pasillos del poder.