La burocracia devora vidas mientras el alacrán pica
En un espectacular ejercicio de jerarquización de la incompetencia, la Fiscalía General de la República ha decidido intervenir en el caso de la niña que murió por la picadura de un alacrán. No porque el veneno del arácnido fuera particularmente sofisticado, sino porque la negligencia institucional que rodeó su muerte requiere de especialistas en desentrañar laberintos burocráticos.
El fiscal estatal, Gustavo Salas, explicó con la solemnidad de un notario medieval que, dado que la menor falleció en un nosocomio del IMSS Bienestar, el caso pertenece al reino federal. Así funciona el sistema: la muerte se cataloga no por su prevenibilidad, sino por el código postal donde ocurre.
El ritual del antídoto fantasma
Según los cronistas del IMSS, la pequeña llegó al Hospital de Ginecopediatría acompañada por la directora del jardín de niños. El personal médico, siguiendo protocolos ancestrales, procedió a la canalización e intubación con eficacia encomiable. El único detalle omitido era el suero antialacrán, ese elixir mitológico que según las leyendas urbanas existía en algún almacén.
La institución, en un comunicado que merecería el Premio a la Creatividad Burocrática, reconoció que el antiveneno estaba programado para llegar tres días antes, pero las existencias se habían agotado durante el fin de semana. Por supuesto, los alacranes -esos terroristas de la fauna local- no consultan los calendarios de abastecimiento antes de atacar.
El teatro de las condolencias
“Con profundo respeto, expresamos nuestro más sentido pésame”, declamó el IMSS en su misiva oficial. Las palabras flotaban sobre el vacío de un sistema donde los protocolos de seguridad son tan efectivos como un paraguas en huracán. La comunidad, atrapada entre la indignación y el asombro, descubre que en el Siglo XXI puede morirse por la picadura de un animal cuya cura existe desde hace décadas.
La gran investigación
Mientras tanto, la FGR inicia su monumental pesquisa para determinar si existió negligencia médica. Los investigadores buscarán entre montañas de papelerío, entrevistarán a funcionarios que jamás estuvieron presentes y elaborarán informes que probablemente concluyan lo obvio: en este gran teatro de lo absurdo, la víctima siempre es el ciudadano, mientras la burocracia sigue su imparable danza macabra.













