El Gran Teatro de la Legitimidad Documental
En un alarde de eficiencia que dejó atónito al reino animal, la Sacrosanta Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) desbarató una sofisticada red de crimen organizado que operaba desde los más recónditos sobres de paquetería. El botín: nueve maestros del disfraz que habían osado trasladarse sin su pasaporte notariado.
Todo comenzó cuando los celosos guardianes de Estafeta —nombre que resulta proféticamente adecuado— descubrieron que la correspondencia había desarrollado pulsación propia. Dos sobres susurraban movimientos extraños, como si en su interior se librara una batalla existencial entre el destino manifiesto y el artículo 122, fracción X, de la Ley General de Vida Silvestre.
La inspección reveló el primer círculo del infierno burocrático: tres geckos (Rhacodactylus sp.) que pretendían hacerse pasar por mercancía legal, y un escorpión emperador (Pandinus imperator) cuyo único delito fue carecer de acta de nacimiento apostillada. ¡Vaya descaro! ¿Acaso creían que las especies exóticas pueden viajar como simples mortales?
Pero el complot era más profundo. Al día siguiente, la pesquisa sacó a la luz dos paquetes que escondían criaturas aún más peligrosas: dos tortugas de espolones africanas (Centrochelys sulcata) —presuntas terroristas de la lentitud— y tres cocodrilos de pantano (Crocodylus moreletii) cuyos documentos habían “extraviado” en algún charco. La evidencia era incontrovertible: estaban frente a una pandilla de renegados documentales.
La Procuraduría, en un gesto que hubiera enorgullecido a Kafka, ejecutó el aseguramiento precautorio más épico desde que el papel carbón inventó la triplicidad. Los infractores fueron puestos a disposición de los laberínticos procedimientos administrativos, donde seguramente languidecerán esperando que algún burócrata determine si un escorpión necesita visa o solo permiso de trabajo.
La máxima autoridad ambiental, bajo el mando de la Mariana Boy Tamborrell, ha emitido un emplazamiento histórico: los remitentes y destinatarios deberán comparecer para demostrar la procedencia legal de sus compañeros de viaje. Mientras tanto, los reptiles permanecen en custodia, probablemente extrañando los días en que el tráfico ilegal era menos complicado que sacar una credencial de elector.
En un comunicado que mezcla lo sublime con lo ridículo, la dependencia prometió reforzar la vigilancia en coordinación con las empresas de mensajería. Pronto veremos si los geckos aprenden a falsificar firmas, o si los cocodrilos descubren que a veces es más fácil comerse al inspector que llenar sus formularios.
Así funciona la maquinaria estatal: persiguiendo crímenes perfectamente empaquetados mientras el verdadero tráfico de especies navega por aguas más profundas y menos papeleras.