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La burocracia se enfrenta a la furia de los dioses meteorológicos

La naturaleza despliega su furia mientras la burocracia debate protocolos. Un espectáculo de viento y papel.

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En un giro de eventos que ningún guionista hubiera osado imaginar, la Madre Naturaleza, en un arranque de creatividad artística, ha decidido lanzar un doble feature de terror atmosférico sobre el Pacífico. Por un lado, el huracán Kiko, ahora reconvertido en una majestuosa bestia de categoría 4, avanza con la elegancia siniestra de un villano de Bond que no tiene prisa porque sabe que el mundo es suyo. Con vientos de 215 km/h, este titán se pasea a 2.580 km de cualquier lugar civilizado, como un crítico de arte que desprecia las obras mediocres, negándose rotundamente a tocar tierra y manchar su pureza ciclónica con la mundana existencia humana.

Mientras tanto, en el escenario principal, la estrella de rock Lorena, una diva de categoría 1, se acerca a la costa mexicana con la actitud de una celebridad que exige toda la atención. Las autoridades, en un despliegue de eficacia que solo puede describirse como “heroicamente burocrático”, han respondido con la contundencia propia de un estado moderno: suspender las clases. Sí, la solución magistral ante la furia de los elementos es evitar que los niños se mojen camino a la escuela. Se rumorea que los protocolos para lidiar con apocalipsis de nivel 5 incluyen, además, la cancelación de las horas de oficina y el cierre temprano de los bares.

El Centro Nacional de Huracanes, con la solemnidad de un oráculo griego que lee las entrañas de un satélite, anuncia que Lorena podría fortalecerse, debilitarse, moverse o quedarse quieta. Una precisión científica que deja a la población tan informada y preparada como un concursante de un juego de azar. Mientras los vientos arrecian, la verdadera tormenta se libra en los despachos, donde se debate acaloradamente el color de las cintas de “zona de riesgo” y el tono exacto de las alertas en las redes sociales.

Las previsiones advierten de lluvias bíblicas, inundaciones repentinas y deslaves. Pero el verdadero peligro, el que mantiene despiertos a los estrategas, son las corrientes de resaca de la opinión pública. ¿Qué pasará con los índices de aprobación si una sola sombrilla sale volando? La marejada ciclónica es un problema menor comparado con la tempestad de críticas que podría generarse en Twitter.

Así, el gran espectáculo de la naturaleza versus la civilización llega a su clímax. Kiko, el snob, desprecia nuestro mundo. Lorena, la diva, exige su tributo. Y la maquinaria estatal, entre suspensión de consultas externas y cierres de playas, representa el último y absurdamente frágil dique entre la humanidad y el caos primitivo. Una alegoría perfecta de nuestra era: mientras el cielo se desploma, lo único que sabemos hacer con certeza es llenar formularios.

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