La burocracia se enfrenta a la tormenta tropical Raymond

En un acto de suprema insolencia meteorológica, el ciclón bautizado como “Raymond” prosigue su impertinente paseo frente al litoral del Pacífico mexicano, desafiando con su mera existencia los sofisticados protocolos de la burocracia hidroclimática nacional. Mientras tanto, su colega “Priscilla” ha tenido la decencia de disiparse discretamente, demostrando una etiqueta ciclónica que sus congéneres terrestres harían bien en emular.

El Servicio Meteorológico Nacional, en su cotidiana proclama matutina, ha anunciado con solemnidad casi papal que los cielos descargarán su furia acuática sobre Jalisco, Colima, Michoacán y Guerrero con la intensidad de un diputado defendiendo su fuero. Los vientos, esos anarquistas atmosféricos, alcanzarán velocidades dignas de un funcionario escapando de una rueda de prensa incómoda, mientras el oleaje se elevará hasta alturas comparables a la montaña de papelería que debe llenarse antes de actuar.

El epicentro de esta rebelión meteorológica se situaba con precisión milimétrica a exactamente 95 kilómetros de ningún lugar realmente importante, manteniendo vientos que soplan con la fuerza de un escándalo político recién destapado y avanzando hacia el noroeste con la determinación de una comisión investigadora que sabe que nunca llegará a conclusión alguna.

En un despliegue de coordinación interinstitucional que haría llorar de emoción a cualquier amante del papeleo, la Comisión Nacional del Agua ha establecido zonas de prevención y vigilancia con la eficacia ritualística de quienes saben que la naturaleza, como la corrupción, sigue sus propias e inescrutables leyes. Mientras los mortales se preparan para la embestida de los elementos, la maquinaria estatal emite comunicados con la tranquilizadora certeza de que, llueva, truene o relampaguee, los formatos oficiales estarán debidamente sellados y firmados en triplicado.

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