La burocracia se viste de héroe animal en Tlalpan

En un alarde de filantropía administrativa que dejaría pálido al mismísimo San Francisco de Asís, la alcaldía de Tlalpan ha proclamado su reinado sobre el reino animal. Su majestuosa clínica veterinaria, un verdadero Palacio de Versalles para canes y felinos, ha dispensado la asombrosa cifra de 23 mil audiencias reales. Entre ellas, se cuentan tres mil 651 intervenciones para anular la libido de sus súbditos, doce mil 049 consultas palaciegas y casi dos mil unciones con el sagrado líquido antirrábico.

Pero la joya de la corona es el programa “Animalitos Comunitarios”, una ingeniosa estrategia que, por fin, reconoce la existencia legal de las mascotas callejeras. Gracias a esta titánica labor de registro, 300 plebeyos peludos han sido elevados a la nobleza mediante la esterilización gratuita, el equivalente moderno a recibir un título de duque.

El cenit de esta epopeya llegó cuando Tlalpan, en un acto de audacia sin precedentes, firmó un tratado de paz con la Fiscalía. Este pacto histórico compromete a los fiscales a perseguir a los villanos maltratadores con el mismo ímpetu con el que persiguen… bueno, otras cosas. Se coordinarán operativos de rescate épicos, se crearán canales de comunicación tan eficientes como los del servicio postal nacional y se garantizará el resguardo de las víctimas, probablemente en archivos tan seguros como los de la línea 12 del metro.

La alcaldesa, con la solemnidad de un general anunciando la victoria en una guerra que nadie sabía que existía, declaró: “Tenemos que demostrar que es posible construir una política pública efectiva contra el maltrato, con rostro, continuidad y resultados”. Lo dijo en junio. Los animales, mientras tanto, aguardan pacientes a que la maquinaria burocrática termine de girar para, tal vez, recibir justicia. O al menos, un hueso.