¿Qué pasaría si la drástica reducción del 30.4% en inversión física no fuera un retroceso, sino un reinicio estratégico? El Gobierno federal, en su búsqueda de consolidación fiscal, ha priorizado la estabilidad macroeconómica sobre megaproyectos emblemáticos, desatando un debate sobre el futuro del desarrollo nacional.
Los datos de la SHCP revelan una contracción histórica, sólo superada por la crisis de 1995. Pero más allá de las cifras, surge una pregunta disruptiva: ¿y si este vacío de inversión estatal se convierte en la gran oportunidad para reinventar la colaboración público-privada?
Adriana García, experta de México ¿cómo vamos?, plantea un escenario audaz: “Imaginemos un ecosistema donde el Estado establece las reglas y el sector privado impulsa la infraestructura crítica para la Cuarta Revolución Industrial”. La energía eléctrica, piedra angular de esta transformación, podría beneficiarse de modelos innovadores de inversión.
El caso Pemex representa un desafío paradigmático. ¿Qué sucedería si en lugar de insistir en refinación no rentable, México redirigiera esos recursos hacia energías limpias y asociaciones estratégicas? La analista sugiere un giro radical en la política energética, priorizando rentabilidad sobre ideología.
Mientras Hacienda asegura que esta caída responde a ciclos de proyectos y promete un repunte en 2026, surge una reflexión más profunda: ¿estamos presenciando el ocaso de un modelo o el nacimiento de uno nuevo? La meta de reducir el déficit a 3.9% del PIB podría ser el catalizador para repensar completamente cómo construimos el México del futuro.
Este momento histórico nos invita a cuestionar dogmas: ¿realmente más gasto público equivale a más desarrollo? La respuesta podría estar en esquemas híbridos que combinen disciplina fiscal con innovación en financiamiento, transformando una aparente limitación en la semilla de una nueva era económica.
