La caridad ciudadana suple la ausencia estatal en tragedia

En un espectáculo de fervor cívico que raya en lo milagroso, los súbditos de la gran metrópoli se han organizado espontáneamente para suplir las funciones que, teóricamente, corresponden al Leviatán gubernamental. Ante la explosión de una pipa de gas que dejó un saldo de ocho ciudadanos convertidos en estadística y noventa y cuatro en dossier médico, el pueblo llano ha respondido con una eficacia que haría ruborizarse a cualquier burócrata.

El hospital Magdalena de las Salinas se ha convertido en el escenario de una sublime parodia del Estado de bienestar. Desde el alba, una procesión de héroes anónimos —vecinos, sanitarios, estudiantes y hasta agentes del orden— acudieron con provisiones, demostrando que el contrato social se escribe mejor con tortas que con legislación.

Christian, un siervo de los lavatorios del IMSS, apareció cual mesías de la canasta básica, ofrendando manjares adquiridos con su propio peculio. “No son nuestra familia”, declaró con la conmovedora lógica de quien entiende que la compasión no requiere consanguinidad, sino humanidad.

Dasy, una devota de San Judas Tadeo, el santo de las causas perdidas, encontró en esta tragedia una oportunidad para adelantar sus mandas celestiales. Mientras, Norma Angélica Ríos, generala de comedores comunitarios, desplegó su ejército de cacerolas con café de olla y huevo en salsa verde, demostrando más logística que muchas dependencias oficiales.

La academia tampque quiso quedarse atrás. Estudiantes de enfermería de la FES Zaragoza aparecieron con dos camionetas cargadas de esperanza y artículos de primera necesidad, en lo que parecía un examen práctico de urgencia social.

El cenit de esta farsa sublime llegó con la aparición estelar de las patrullas de la Secretaría de Seguridad capitalina, que después de las 18:00 horas hicieron su entrada triunfal con… ¡agua embotellada y leche en polvo! La Providencia, al parecer, también funciona con horario de oficina.

En el parabrisas de un automóvil convertido en improvisado comedor, una cartulina proclamaba: “No están solos”. Una afirmación técnicamente cierta, si se considera que el pueblo siempre termina acompañándose a sí mismo mientras el poder observa desde la distancia, tomando notas para su próximo informe de logros.

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