La carnavalada cárnica y el circo de la diplomacia comercial

En un despliegue de pompa y circunstancia que habría hecho palidecer a un emperador romano, el Excelentísimo Heath MacDonald, Sumo Sacerdote de la Agricultura y Agro-alquimia canadiense, concluyó su peregrinaje cuatriduo por las tierras mexicanas, una epopeya destinada a propagar el sagrado verbo del comercio internacional y ungir con aceite burocrático los ya brillantes lazos comerciales entre ambas naciones.

Durante su estancia en el exótico territorio, el emisario boreal mantuvo coloquios con Julio Berdegué, el Gran Chaman de la Agricultura local. Juntos, en un éxtasis de retórica vacua, veneraron los dioses modernos: la resiliencia (esa palabra mágica que todo lo perdona), el abastecimiento alimentario y la diversificación, un tríptico sagrado que promete salvar a la humanidad mientras nosotros discutimos el precio de la hamburguesa.

Los heraldos de la embajada canadiense, con la solemnidad de quien anuncia un milagro, proclamaron que el ministro renovó el voto inquebrantable de continuar esta danza ritual con la industria. El objetivo declarado: forjar sistemas agroalimentarios más sostenibles y diversos. En la práctica, esto se tradujo en el monumental evento de ver cómo un trozo de vacuno canadiense alcanzaba el estatus de reliquia en los altares de las 42 catedrales de Costco en México.

“Nuestra alianza es un puente vital“, declaró el ministro con un fervor casi evangélico, omitiendo mencionar que por ese puente solo circulan, por el momento, filetes y trigo. Prometió un futuro más sólido y resiliente, una era de prosperidad compartida que, para el ciudadano de a pie, se materializa en la emocionante posibilidad de encontrar un nuevo corte de carne en el pasillo siete.

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El clímax de esta gesta fue, sin duda, el lanzamiento oficial de la carne de vacuno canadiense. En una ceremonia que rivaliza con la coronación de un monarca, se presentó al mundo el “producto fiable”, un eufemismo para designar el maná cárnico que, según los augurios, consolidará el destino manifiesto de las relaciones comerciales. Canadá no exporta comida; exporta confianza, resiliencia y sostenibilidad, convenientemente empaquetada en bandejas de poliestireno.

La peregrinación comercial incluyó una audiencia con Grupo Trimex, los alquimistas modernos que transforman el trigo canadiense en harina y, por arte de magia mercantil, en poder económico. Finalmente, en Guadalajara, el ministro se sumergió en el estudio de las complejas dinámicas del mercado, descifrando el runa de cómo colocar semillas oleaginosas y cereales en cada rincón del apetito mexicano.

Así, entre rimbombantes declaraciones sobre innovación y futuros resilientes, el gran circo de la diplomacia comercial levanta el telón, recordándonos que, en la era moderna, la geopolítica a veces huele a carne recién envasada y suena a las puertas automáticas de un superalmacén.

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